miércoles, 11 de septiembre de 2013

La Guardia de fuego

III. Un nuevo camino.



El Congreso se alzaba imponente, con las únicas luces que existían por la zona iluminándolo, como si se tratase de un faro en la oscuridad. Los grandes muros metálicos de más de tres metros de altura, electrificados, evitaban que curiosos indeseables se adentrasen en sus inmediaciones, y la veintena de guardias por flanco que lo asediaban, también recordaban el aviso a los viandantes.

Ella se aproximó al edificio, con la cabeza aún cargada en su mano, y se detuvo cuando varias armas restallaron entre chasquidos, listas para dispararla.

¡¿Quién va?! – Dijo autoritaria una voz poco amigable.
Una Guardián. Traigo el informe del norte de ésta semana.
– Muestra la cara.

Chasqueó la lengua, molesta. Sabía lo que aquello significaría, pero no tenía elección, así que elevó la mirada hasta ellos.

– Lárgate. No dejamos entrar
iniciados. – <<Todas las semanas igual...>> Permaneció en el sitio, molesta – ¿No me has oído? ¡Largo, monstruo!

Aquella palabra, hirió su alma. La poca que le quedaba.
Con un gesto, único, rápido y certero, desenfundó la espada y dejó caer la cabeza de su mano al suelo, que rodó quedando a la vista desprotegida de todos.

Repite eso. – Sentenció con la mirada mortífera.
Mons...
¡Basta! Ella tiene permiso para entrar. – Dijo una voz conocida. – Bajad las armas. Es una orden.

Al segundo, todas las armas cedieron. La voz, al otro lado del muro, era totalmente invisible para ella que permanecía fuera, pero aún así sabía quién era. Le llamaban Muñoz, pero no era su apellido real. Ella era de los pocos que lo sabían.
Una de las verjas metálicas comenzó a chirriar, y poco a poco ésta se apartó empujada por tres de los hombres que la habían asediado a modo de puerta deslizando. Ella recogió la cabeza de aquel Ser, la colocó de nuevo entre la tela raída, y caminó hacia dentro enfundando su espada, una vez más.

¡Dios santo! No tienes buen aspecto, ¿Estás bien? – De un par de pasos, se colocó frente a ella y se dejó ver. – ¿Qué ha ocurrido? Oh... Dime que eso de tu mano no es lo que crees.

Ella miró a su nuevo acompañante de arriba abajo, con detenimiento. Muñoz, de su misma estatura, siempre había sido un tipo con el que se podía hablar. Compañero de mil batallas, pero ninguna de sangre, llevaba en las venas la política y la negociación, el liderazgo, pero desde la silla. Por eso sus caminos se habían separado tan drásticamente.
Tenía los ojos castaños y la mirada profunda, unas gafas exageradamente cuadradas pero finas, que reflejaban las luces del Congreso, y una barba incipiente que nunca desaparecía del todo. Algunos dirían que era atractivo. A ella jamás se lo pareció.

Es justo lo que crees. Y ahora vamos, tengo que seguir con la ruta antes de que salga el sol.
Por supuesto, pero mantén eso alejado de mi. – Añadió Muñoz con gesto de desagrado, mirando la bolsa de tela. -- Me alegro de verte.

Pasaron dentro del edificio, por sus escalones inmensos y rodeados por las estatuas de los leones que aún permanecían casi intactas tras todo lo ocurrido. Dentro, la actividad parecía casi nula. Los pocos jóvenes que allí se encontraban, estaban demasiado ajetreados entre distintos papeleos como para siquiera reparar en su presencia. Aún así, no faltaron las miradas de desprecio.

Guardianes... – Escuchó cómo susurraba uno de ellos con asco.

<<Y pensar que doy mi vida por éstos... >> Pensó mientras fruncía el ceño. Se encogió de hombros y continuó su camino, hasta la sala central. Allí, el Consejo se encontraba reunido alrededor de un joven que al parecer exponía cómo su casa había sido derribada por unos rebeldes y pedía ayuda para proteger a sus hermanos, y su recién nacida hija.
No tardaron en despacharle con las manos vacías.

Adelante, Guardián. – Dijo el que presidía la sala, mientras Muñoz tomaba asiento a su lado.

Tomás Valverde, de venticinco años, había adquirido el cargo de Presidente del Consejo de un modo que poca gente era capaz de explicarse. Pero tampoco nadie tenía ánimos de hacer preguntas.
Alto, desgarbado, con gesto extremadamente serio, barba de varios días y rasgos muy cuadrados y fuertes. De haber vivido en una época prehistórica, habría sido el perfecto líder de la tribu rodeado de mujeres a las que las presas que solía aplastar les atraían como a las moscas la mierda. Ese símil la hizo sonreír.

El informe del Norte. – Dijo mientras se colocaba en el centro de la sala y soltaba la cabeza en el suelo, ante ella.
– ¿Qué significa ésto, Guardián? ¿Y por qué no te identificas antes de hablar?

Su mirada lo dijo todo. Aquellas nimiedades políticas le daban exactamente igual, por no parecerle simplemente absurdas. No tenía tanto tiempo como para perderlo con aquellas estupideces.

Ésto es lo que he encontrado durante la semana en el Norte. Ellos. ¿Debo ser más explícita? – Colocó un pié sobre la cabeza del Ser y la removió ligeramente con su bota.
¡Ya basta! ¡Exijo que te identifiques o abandones ésta sala inmediatamente!

La mirada de la chica vagó hasta Muñoz, que apartó la suya a algo que repentinamente parecía llamar su atención en sus zapatos. <<Cobarde...>>

Guardián de la zona Norte, nivel Avanzado. Zelen.
– ¿Apellidos?
– No tengo. Renegué de ellos. – <<Como casi todos los guardianes, lo sabrías si no fueses idiota>>.
– Muy bien, Zelen, Guardián de la zona Norte, prosigue con tu informe.

El calor que subió a la cara de la chica, fue repentino e impactante. Pero mantuvo su compostura como pudo y apartó la bota de la cabeza de aquella criatura, o terminaría por aplastarla.

– Los Ellos se han replegado. Cada vez son menos. En toda la semana, sólo me encontré con éste. Estaba completamente desubicado, desnutrido y confundido, pero era letal. Su fuerza ha sido impactante.
– Eso son buenas noticias. – Dijo reclinándose hacia atrás Valverde.
Creo que no.
Explícate, Zelen.

Tomó aire una única vez, cerró los ojos para poder concentrarse en todo lo que había descubierto a lo largo de la semana, y lo soltó de golpe. No quería tener que repetirlo, y con aquellos patanes, estaba claro que tendría que hacerlo bien para evitar estupideces.

Creo que se están reagrupando más allá del límite Norte. Todos los que he encontrado viajaban en esa dirección.– Tragó saliva y continuó. – Me parece que están reuniéndose donde saben que no atacaremos.
Estás dando por hecho que tienen raciocinio más allá de la simple alimentación. ¿Es eso?
– Tras luchar con ellos y observarlos, me atrevo a decir que sí. Se están organizando.

La sala se tornó en silencio. Para acto seguido comenzar a estallar en risas jocosas y nada agradables, que restrallaron en los oídos de Zelen.

– Y dinos, Guardián Zelen... ¿En qué te basas? No tenemos indicios anteriores de que Ellos sean capaces de comunicarse entre su misma especie ¿Cómo pueden decirse de unos a otros hacia donde deben viajar, o qué hacer?
– No se comunican, no es tan sencillo. Es como si algo les... Llamase.
– ¿Ese “algo” también te está llamando a ti, Zelen?

Ella alzó la mirada una vez más hasta clavarla en los ojos de Valverde, que alzó las cejas de forma inquisitoria. No podía contestar, e hiciese lo que hiciese, sabía lo que ocurriría a continuación.

Guardián, creo que tu tiempo se acaba.
Te equivocas, aún es pronto.
Me parece que hemos oído suficiente.
¡No has oído nada! ¡Te digo que se están reagrupando en el Norte! Se preparan para algo, alguien los controla, lo sé, simplemente lo...
¡Basta! – Gritó Valverde poniéndose en pie. – ¡Hemos tenido demasiada de ésta locura tuya, iniciada! Lamentamos todos tu pesar, pero está claro que no puedes seguir ejerciendo como Guardián del Norte. Tu luna se acerca, y estás perdiendo la cabeza.
– ¡No, aún tengo tiempo!
– Pero no con nosotros.

La sala de nuevo se hundió en la nada. Los ojos de Muñoz, ahora estaban bien fijos en ella, que le devolvió la mirada de forma casi desesperada. <<No lo hagas, Víctor...>>

– Ya no eres bienvenida aquí, Zelen. Permitirte quedarte, supone un peligro para todos nosotros, y deberías saberlo. – Sentenció Valverde. – Cierra ésto, Muñoz. Los Guardianes son tus protegidos, no los míos.
– Señor...

Zelen miró a Víctor como si fuese la última roca a la que sujetarse en una cascada que caía al vacío. No podía hacer nada, solo esperar, solo desear que él no hiciese aquello, pero sabía que era demasiado difícil. Sabía que llegaría ese momento tarde o temprano, y por desgracia, había sido antes que después.

Víctor miró a Valverde una última vez, y agachó la cabeza hasta el suelo.

Zelen, Guardián del Norte de niv...
– Al menos mírame a los ojos cuando lo hagas. – Dijo ella con la voz fría como el hielo.

Un escalofrío recorrió a Víctor mientras la miraba a sus brillantes ojos amarillentos. Aquello le encogía el corazón de tal modo que bien podría dejar de latir, pero ya no había marcha atrás. No tenía elección alguna.

Zelen... Guardián del Norte, de nivel Avanzado. Te relego de tu posición de Guardián. A partir de ahora, descansarás de tu puesto, y esperarás tu última Luna como humana, con el honor que aún posees. No conservarás tu espada, perderás todo título antes otorgado, y tendrás impedida la entrada a toda zona común pública durante el día, para evitar el peligro de los nuestros.

<<Nuestros...>> dolía escuchar aquella palabra tanto que Zelen tuvo que ponerse una mano en el pecho, intentando respirar con normalidad. Con la otra, sostuvo la espada con fuerza entre sus dedos. Que se la arrebatasen, si es que podían. Ella no la entregaría.

– Zelen, antigua Guardián del Norte...
Apaga la llama.Ella, con la mirada oscurecida y a la vez de aquel brillo tan espectral, frunció los labios en una mueca de puro odio y deseó poder retener las palabras que por juramento debía anunciar en aquellos momentos. Las palabras que significaban su fin como Guardián.

Se acabó mi camino.
Descansa ahora, iniciada. Tus últimos días deben ser vividos con honor y la gloria de un guerrero.
– No hay ninguna gloria en ésto.
– Entrega tu espada. – Interrumpió entonces Valverde.
– ¿Qué tal si me la quitas tú?

Los susurros molestos en la sala se sucedieron, mientras Zelen sostenía el acero aún enfundado entre sus manos. Sabía que pronto comenzarían los fuegos artificiales. Víctor le imploraba con la mirada que detuviese aquella locura, pero a fin de cuentas... ¿No estaba ya loca?

– Arrebatádsela.

Esa palabra sola bastó para que tres guardias, venidos de cada puerta de la sala, se echasen sobre Zelen, la cual mostró su casi innata habilidad para el combate rodando sobre sí misma de un modo que ni un danzarín experimentado conseguiría, desarmándoles casi al instante.

– ¡Ésto es un escándalo! ¡No tienes honor, iniciada! – Chilló Valverde.
– Tal vez no. Pero tengo algo que sí que puedo darte.

De forma soez y vulgar, Zelen extendió su mano libre con el brazo extendido hacia el Presidente del Consejo, y le mostró cierto dedo a modo de insulto como despedida magistral. Valverde no tardó en ponerse casi a patalear como un bebé, mientras Zelen echaba a correr hacia la parte trasera del Congreso.
Mientras corría, se encontró de frente con Víctor, que la miró como quien ve alejarse un fantasma, con los ojos casi hendidos en lágrimas, repleto de dolor. Hacerle aquello, renegar de su casi hermana, le era más doloroso que cualquiera de las heridas, pero de los ojos de ella solo recibió odio, pues era el autor del mayor deshonor jamás habido por los Guardianes.

– ¡Detenedla! – Restalló a sus espaldas.

Ella dio gracias a que nadie de los allí presentes, excepto Víctor, la conocían de verdad. Cuando era apenas una niña, había vivido entre aquellas paredes, y conocía cada rincón, cada escondite y cada puerta por recóndita y pequeña que fuese. Es por ello que antes de que pasasen quince minutos, Zelen había conseguido salir fuera del edificio sin ser vista, con la espada aún entre sus manos.

Y una vez más, respirando hondo el frío de la noche, se colocó la capucha sobre la frente y retomó su acostumbrado calmado pero firme caminar.

Ésta vez, iría más allá del Norte. A donde aquella sensación la llamaba.

Y debería sentir miedo, ira o tal vez nostalgia por todo lo ocurrido y lo que podría suceder, pánico tal vez por poder sentir algo que los demás no sentían, o dolor en sus entrañas al verse traicionada por los que ahora ya no la consideraban su igual. Pero lo único que podía sentir, era cómo las lágrimas resbalaban silenciosas por sus mejillas hasta caer en el filo de su espada aún desenfundada que no era capaz de dejar de mirar, en cuyo reverso de la hoja había escritas cuatro nombres, de los que un día fueron sus hermanos en su anterior vida:

Álvaro
Lydia
Víctor

Zelen

Dos de los nombres ya estaban tachados, pues hacía tiempo que ya no recorrían su mismo camino, y deteniendo sus pasos unos segundos sacó su cuchillo corto de la bota izquierda y postró el filo contra el nombre del tercero, y comenzó a sesgarlo de un lado a otro. Víctor estaba tan muerto como los demás ahora.

Y ella, Zelen, ahora solo podía caminar hacia el Norte. <<Se acabó mi camino...>> recordó para sí misma.

-- Pero empieza uno nuevo.