jueves, 27 de marzo de 2014

Águilas Z

VI. Hasta el final.

With the Promises Betrayed by Vampire-Sacrifice's

Las balas duraron poco. Aya se sentía sin manos suficientes como para disparar como era debido, y a cada dos pasos tenía que distinguir entre amigo o enemigo. Gastó el cargador consiguiendo derribar a cuatro de ellos, se giró para gritarle a los suyos que la siguiesen, y echó a correr.

– ¡Tomaremos la plaza desde el nort...! – “Bum

Una explosión. La bombona de gas más cercana, ardía en llamas. Algo debía haberla alcanzado. Todo sonido quedó opacado y los oídos de todo aquel cercano a la zona, pitaron con fuerza.

Aya hizo un gesto con la mano para que la siguiesen, y cuando asintieron echó a correr con ellos detrás una vez más. Lanzó la pistola a su espalda, vacía, y sacó la espada de su funda, estrechándola entre sus manos.
Una vez escondidos tras un muro de piedra, Unai se asomó por encima y pudo ver al menos a una veintena de enemigos. Le indicó el número a Aya con sus manos, y ella asintió.

Aya tomó aire, volvió a mirarlos a todos de nuevo y con una sonrisa, gesticuló con los labios: “¿Listos?”. Todos asintieron, con las armas en ristre. Aya sintió ganas de llorar, no de pena, sino de emoción. Sus caras decididas a luchar, por ellos, por los suyos, por la libertad... Era todo lo que necesitaba en aquel mundo. La cara Unai, mirándola como si ella fuese el objeto más preciado que proteger en el planeta... Se guardó aquella imagen en su mente, a fuego, para poder tenerla siempre consigo.

Su gesto tornó en decisión, miró al frente y se levantó, saltando el muro de un solo movimiento con la espada en alto. Más de seis enemigos se giraron, pero al verla con ese aspecto demacrado y solo una espada en mano se echaron a reír.
Todos los que iban a su espalda saltaron tras ella, y la sonrisa se les borró de la cara. Para entonces Aya ya había conseguido rebanarle la garganta a dos, mientras Unai, más rápido que los demás, tumbaba a otros tres en apenas dos segundos con su pistola. La sangre salpicó el cuerpo entero de Aya, que casi frenética cogió uno de los cuerpos que Unai había abatido y se lo colocó a modo de escudo, evitando los disparos de sus compañeros. Uno de ellos le rozó la pierna y cayó de rodillas, gritando de dolor. Tan pronto como pudo volvió a ponerse en pie, y “tomando prestada” el arma del cadáver comenzó a disparar a su alrededor. Caminó entre el fuego para esconderse hasta llegar tras un muro semi-derruido, donde se detuvo para cargar el arma y comprobar la situación. Unai se lanzó a su lado, y pegó la espalda junto a ella.

– Son demasiados. - Dijo, jadeante.
– Lo sé, necesitamos... Algo... – Miró a los lados, desesperada. – Lo que sea...

Y entonces, ocurrió. Escuchó tres disparos, distinguiéndolos del resto, no supo por qué o cómo. Miró hacia la batalla de nuevo. Uno de los suyos, el más pequeño de apenas quince años, se encontraba en pie como una estatua en el ojo del huracán. Recibió los tres tiros en el pecho y cayó de espaldas, tan lento que a Aya le pareció una eternidad.
Perdió los cables, el sentido, la moralidad... Todo.

– ¡Aya...! – Escuchó a Unai en la lejanía.

Pero era como un eco, solo eso...

Salió de su escondite, elevando su arma, y comenzó a disparar sin pensar ni un sólo momento en la locura que estaba haciendo, en su seguridad o en nada que no fuese la venganza o el odio. Lo peor, era la impotencia. Aya se dejó consumir por la ira.
Descargó todo su cargador destrozando el cuerpo de seis de ellos, y cuando terminó lanzó el arma a un lado para comenzar a usar la espada. Los tiros volaban a su alrededor, pues sus compañeros se habían unido a ella, tan rábicos como Aya se encontraba.
Recibió otro tiro, cercano a la mejilla que la hizo sangrar al instante e incluso le arrancó parte de su oreja derecha, pero ni siquiera se inmutó. Le clavó la espada al mismo que disparó al muchacho, justo en el estómago, mirándole a los ojos fíjamente. El último estertor de vida brillaba en su mirada, y Aya se negó a perderse aquello. No sonrió, no hizo nada, era como de piedra.

Los estaban diezmando, a todos. Eran inferiores en número pero “algo”, esa furia por defenderse entre ellos, consiguió hacer que ganasen en la batalla. Aya estaba a punto de rematar a uno que estaba en el suelo, cuando éste pidió clemencia alzando las manos. Se detuvo.
Escuchó entonces un gemido tras ella, y cuando se giró, pudo ver a uno de sus compañeros cayendo de rodillas al suelo con las manos en el vientre, sujetando lo que parecían ser sus entrañas. Unai le disparó a la cabeza para evitar su dolor por más tiempo sin pensarlo, y Aya cerró los ojos. Un par de segundos después, mirando al hombre que tenía clamando por su vida a sus pies, bajó la espada y le atravesó el ojo izquierdo. Al caer desplomado, de su mano cayó una pistola que escondía tras él. La misma que había tirado al suelo al pedir compasión. Todo el arrepentimiento que podría haber sentido, se desvaneció en el aire. “Mata o muere...

Resonaron pasos tras ellos, y todos miraron a su alrededor. Pudieron ver que uno de sus enemigos, el único que debía quedar, corría desesperado hacia la puerta principal de la fortaleza. Ésta era increíblemente resistente, y la habían reforzado a lo largo de meses preparándose para lo peor, por lo que por dentro estaba repleta de explosivos, por si algún día cedía, tener una oportunidad de salvarse de lo que había al otro lado. Le miraron y bajaron las armas, no podía escapar de allí. Pero se equivocaron. El tipo también vio los explosivos, y sin pensárselo disparó a uno de ellos, que hizo volar todo el portón por los aires.

– ¡NO! – Gritó Aya, cuando los pedazos de piedra y madera volaban por todas partes.

Y los vieron, a todos ellos, a los cientos de criaturas que estaban al otro lado del portón y que siempre habían evitado. El enemigo que huyó de ellos les duró menos de un segundo entre mordiscos y tirones, y supieron que ya no tenían nada que hacer.

– ¡Corred! – Ordenó Unai aferrando a Aya con él.

Todos corrieron con aquellas criaturas pisándoles los talones, y cuando uno de los compañeros cayó al suelo nadie pudo girarse a ayudarle, pues desapareció entre gritos y jadeos tan rápido que ni siquiera distinguieron quién había sido. Un amigo, un amante, un hermano.
Los seres se desperdigaron y comenzaron a destruirlo todo. Los pocos civiles que quedaba fueron masacrados, en las calles o en sus casas. Aya, Unai y los demás corrieron sin demora mientras los ojos de la chica se llenaban de lágrimas por momentos.

Alcanzaron la puerta trasera, que daba puerto, y comenzaron a entrar todos por ella. Sólo quedaban seis...

– ¡Subid al bote! – Gritó Aya obligándoles a todos a pasar ante ella.

Se acercó, y desató los amarres. Acabó cortándolos para no perder más tiempo. Cuando todos subieron, intentó apartarlo de la orilla como pudo, pero era demasiado lento, demasiado... Miró hacia atrás, y los vio cerca, aplastándose unos a otros por llegar a tocarles los primeros. A comerlos vivos.
Se lanzó contra a puerta, intentando cerrarla, mientras Unai ya en el bote empujaba como podía la embarcación para separarla del puerto, alejándola de toda aquella masacre. Consiguió apartarla cada vez más, sin ser nunca suficiente por el peso, pero se detuvo al alzar la mirada hacia Aya. Ella ya no empujaba la puerta, sólo le miraba.

– ¿... Aya?


Ante toda respuesta, ella solo sonrió, dejando caer su espada a un lado.

Unai se asustó. Se aterró. Vio algo en sus ojos que le hizo sentir el peor de los agobios, y revivir sus peores pesadillas: Aceptación.
La barca ya estaba demasiado lejos como para saltar desde ella al puerto de nuevo, pero aun así Unai puso un pie sobre su borde, preparado para saltar, cuando uno de los compañeros le agarró para evitar que lo hiciese.

– ¡NO! – Gritó Unai con lágrimas de pura rabia en los ojos, sintiendo el corazón en la garganta.

Aya, se había dado cuenta de que la puerta solo podía cerrarse... Desde dentro. Abriéndola poco a poco y sin darle la espalda a Unai ni un momento, dejó escapar una lágrima por su mejilla, de pura felicidad. Tanta como la que sintió al verle de nuevo, después de todo. La misma que sentía ahora, al saber que él... Estaría bien.

– Te quiero. – Sentenció entrando de nuevo en la fortaleza.
– ¡NO! ¡JODER NO! ¡¡¡¡NO!!!! – Unai tiraba con fuerza, y consiguió soltarse del hombre que lo sujetab
a para lanzarse al agua, desesperado.

Pero la puerta se cerró ante sus ojos, dejándole ver como última imagen la sonrisa de Aya, alzándose entre todos los gemidos de pavor al otro lado del muro.

Mientras aporreaba la puerta metálica con toda la fuerza que le permitía su cuerpo, dejándose el alma y las manos en ello, pudo escuchar su voz, más feliz de lo que la había podido escuchar o imaginar... Nunca.

– … Hasta el final.

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Éste relato fue escrito pensando en una persona. Sabes bien que eres tú, y has participado en él. Gracias.
A Ana, como siempre, por ser la que sigue al pie del cañón pase lo que pase. Amigas como tú quedan pocas.
A todos los que me acompañásteis en la presentación de Ilustrofobia y me disteis una noche de fiesta después. Compartir un momento tan importante para mí con gente tan increíble y que se molestó en venir conmigo, o siquiera en preguntarme cómo fue desde la lejanía, es simplemente increíble.
A mi familia, que saben poco de las locuras que aquí comparto, pero me conocen demasiado bien como para saber que si el día de mañana lo leen todo, no se sorprenderían en absoluto.
¡Gracias!

martes, 25 de marzo de 2014

Águilas Z

V. Remontar el vuelo.

Eagle Eye 2 by cwaddell

Despertó entre barrotes, con un dolor de cabeza impactante... ¿Qué había pasado? ¿Qué...? Y entonces recordó. Recordó el asedio, las bombas, los disparos, aquellos seres. Recordó a UnaiAya se puso en pie como pudo y se acercó hasta los hierros que la retenían para mirar a través de ellos. Una voz, la detuvo en seco.

– ¿La princesa ya está despierta?--
Aya centró la mirada, y se encontró con la cara de un tipo que no le era siquiera conocida.
– ¿Dónde está...? – Fue a preguntar por él, por
Unai, pero no lo vió inteligente. Le delataría. – ¿Dónde está mi gente?
– ¿Quieres decir “los que quedan”? - El tipo se echó a reír, sus numerosos piercings en la cara repiquetearon entre ellos al hacerlo. – Esperando tu bienvenida. Vamos, tienes una fiesta esperándote.

El tipo abrió la reja y con un gesto la instó a que avanzase.
Aya no tenía otra que hacerlo. Apenas le había dado la espalda, avanzando por la sala, cuando otros dos tipos salieron de detrás de las paredes y le aferraron los brazos, haciendo que el trozo de piedra que había recogido del suelo para usar a modo de arma, sin que se diesen cuenta, cayese de sus manos.

– Guárdate las fuerzas para luego, preciosa... Te vendrán bien.

Antes de darse cuenta, tenía las muñecas atadas y la arrastraban por los brazos hasta la salida. No opuso más resistencia, era inútil.

Al fin llegaron a la que había sido la sala del trono en tiempos inmemoriales y que ella había convertido en la habitación de juntas y reuniones estratégicas. Ahora estaba medio derrumbada... Pero en la gran silla se encontraba sentado un hombre. Alto, con una larga barba repleta de trenzas y abalorios, los ojos pintados de negro, armado hasta los dientes y
portando varios chalecos antibalas, uno encima de otro ¿Tanto necesitaba protegerse...? Y a su lado, de pie, se encontraba Unai. Aya le miró, solo un segundo, y desvió su vista a otra parte. Demasiado peligroso.
Desearía no haberlo hecho, pues al girar el rostro se encontró con tres de sus compañeros atados a su lado, todos con marcas de haber recibido varios golpes nada amistosos. Se mordió el labio inferior, y no pudo reprimir el tono de rabia en su voz.

– Qué queréis.
– Algo de hospitalidad... No creo que te hubiese costado nada dejarnos entrar por las buenas ¿Verdad?

Aya alzó la mirada, henchida de odio, para clavarla en sus oscuros y despiadados ojos. Y le reconoció.

Eres el hermano de Fidas...

Debió decirlo con tal desdén y asco en la voz, que uno de los hombres que la sujetaban comenzó a cerrar la mano con fuerza sobre su brazo. Aya cerró los dientes con fuerza, pero no se quejó.

¿Crees que te iba a dejar entrar después de lo que nos hizo...? - La mano se cerraba cada vez con más fuerza. – Puto psicópata.

Aquello
fue un detonante. Sin que el jefe hiciese gesto alguno el guardia le soltó tal puñetazo en el estómago que la hizo caer al suelo de rodillas, apoyando su frente contra éste, pues no podía sujetarse con las manos atadas a la espalda. Aprovechó para girar el rostro a los suyos, que la miraban repletos de furia, deseando atacar. Con los labios pronunció un “¿Listos?” y los tres asintieron con la cabeza al mismo tiempo, en silencio. En la sala habría en total unos seis guardias, Unai y el hermano de Fidas... Tal vez tuviesen suerte.
La alzaron de nuevo para que mirase a aquel “jefe” a los ojos.
Un sabor metálico acudió a su boca.

– Tuvisteis suerte con mi hermano... Pero ya se sabe, la venganza se sirve en un plato frío, pequeña zorra.

Los puños de Unai se cerraron con fuerza. Aya necesitaba una escusa para mirarle, cualquiera, pero él no se la daba... Así que la buscaría por sí misma.

– ¿Y tenías que ser tan rastrero como para enviar a uno de los tuyos casi a su muerte por tu venganza personal? ¡Eres basura! – Ésta vez el golpe fue en la cara.
Se repuso recogiendo la sangre del interior de su mejilla con la lengua y escupiéndola contra el suelo. – ¡¿Cómo puedes seguir a un animal así?! – Miró a Unai a los ojos. Ahora tenía la escusa. – ¡Lárgate mientras puedas!

Y ahí estaba, la advertencia. Le señaló con los ojos que se apartase de aquel tipo, además de gritárselo. Pudo ver el gesto de incomprensión en los ojos de
Unai, pero al poco tiempo pareció haberlo entendido. Se apartó de él lentamente, caminando hacia atrás. Aya sonrió mientras otro de los guardias se preparaba para darle un rodillazo en el estómago. El hermano de Fidas hizo un gesto con la mano, y se detuvo justo a tiempo.

– ¿Sabes qué sois vosotros... ? –
Aya susurró, dolorida pero llena de energía. – Serpientes...

Alzó la mirada, y entre sus cabellos repletos de polvo y escombros de las bombas, esbozó una sonrisa que habría sido digna del mejor de los asesinos en serie, psicópatas o actores que encarnaban a los malos en las películas
que hacía tiempo no existían.

– ¿Y sabes qué somos nosotros...? – Elevó el rostro hasta clavarlo en el tapiz tras el trono.
Las aves inmensas le devolvieron la mirada. – Águilas.

Uno de los hombres de
Aya dio entonces una patada a una columna. Sonó un “Clonc”. El techo se abrió, y de él cayó sin medida alguna una gran cantidad de hierro fundido que se derramó por la sala. Tapó al jefe y a dos de sus guardias, y en el momento los tres compañeros de Aya se alzaron contra sus captores, intentando derribarlos gracias a la sorpresa. Lo consiguieron. Una sonrisa de triunfo se formó en el rostro de Aya justo cuando uno de aquellos tipos la agarró del cuello y la obligó levantarse, usándola a modo de rehén. No le apretó ni dos segundos, pues un tiro le atravesó la cabeza a una velocidad de espanto, exactamente igual que al otro guardia que quedaba con ella. Unai se encargó de volarles los sesos. Se acercó a Aya y la liberó de las ataduras, para después comenzar a disparar a los guardias que aún quedabn y luchaban por sus vidasAya mientras tanto, corría hacia el trono, esquivando aquella montaña de hierro que poco a poco se solidificaba, tomando la forma del trono y el hombre que había quedado sentado, para siempre, en él. Saltó un par de veces para evitar quemarse, hasta que al final dio con lo que buscaba, su espada. La sacó del hierro fundido, se quemó las manos dejando eternas marcas en sus palmas, pero le dio exactamente igual.
El olor a quemado se unía
a los gritos en las calles, parecía que todos los enemigos que quedaban fuera se estaban preparando para luchar contra ellos cuando saliesen. Aya cortó las ataduras de sus compañeros, y les abrazó a todos y cada uno de ellos, preguntándoles si estaban bien. Ellos hicieron lo mismo y recogieron las armas de sus enemigos, preparándose para la batalla.Aya se giró a Unai. No sabía bien qué hacer... Le había dado la espalda a los suyos por ella. Había matado a los suyos por ella.

– No hace falta que vengas... –
Ya había hecho demasiado.Unai se acercó a ella y la miró a los ojos. Extendió una de sus manos y le colocó el cabello que tanto se le había revuelto tras la oreja, sonriendo poco a poco. Aquella sonrisa hizo que Aya volviese a respirar tranquila.

– No pienso volver a separarme de ti.

Alguien le di
o una de las pistolas de los cadáveres a Aya, y ella la cogió al vuelo, la cargó, y se preparó. Sin dejar de mirar a Unai a los ojos.
Posó su mano sobre su mejilla y sonrió, sabiendo que no le dejaría ir. No podía dejarle ir...

Sus hombres la esperaban en la puerta, y a ellos se habían unido otros seis que habían conseguido rescatar de las salas colindantes.
Aya agarró a Unai de la mano y tiró de él hasta colocarse al frente del grupo. Allí, se giró para mirarles a todos, escuchando los gritos y disparos a sus espaldas. Eran muy pocos. Normalmente era bastante dada a los discursos, a animar a los grupos que luchaban bajo su mando, pero en aquella situación... Miró a todos sus compañeros, uno tras uno. Y sonrió dejando caer los hombros. No aceptaría la derrota tan fácilmente, pero abrazaría a la muerte contra su pecho si es lo que se les venía encima.

– ¿... Hasta el final? – Preguntó sin alzar la voz, asiendo la pistola con fuerza.
– Hasta el final. – Contestaron los demás, asintiendo con la cabeza.

Paseó la mirada una última vez por todos ellos. Habían compartido tanto... Y se detuvo en Unai. Se acercó de un par de pasos hasta él. Alzándose sobre las puntas de sus pies, le besó en los labios de una forma efímera, pasajera, pero suave y decidida. Y se giró, sacando la espada de su funda y caminando firme hasta atravesar de una patada el gran portón de madera, sabiendo que lo que le esperaría al otro lado, sería la batalla que decidiría su vida.


jueves, 13 de marzo de 2014

Águilas Z

IV. Derribados.

Eagles are not afraid of vultures... by Ufekkk007

Muchos meses después...

El silencio reinaba en la amplia habitación, y en su cabeza, hasta que escuchó acercarse unos pasos a lo lejos, por el pasillo.
Aya, sentada en aquellas escaleras de piedra frente al trono en el que algún día algún noble se sentó, elevó la cabeza mirando al frente, molesta. Los portones de madera se abrieron y un joven entró, alto, bastante fuerte, con el gesto amable pero preocupado y una barba bastante prominente.

– Hemos encontrado a otro en la carretera. - Dijo sin miramientos. 


Aya, se cruzó de piernas y permaneció pensativa. 

- Venía en moto, no tiene mucha carga, sólo algunas armas. Parecía estar solo. No ha querido decirnos más.

Ella seguía pensando. Pasados unos veinte segundos, volvió a elevar la mirada hasta el joven y asintió con la cabeza.

– Tráelo. Y llama a los demás. – El joven, como movido por un resorte, se giró sobre sus propios pies y salió despedido de la sala.


Aya aprovechó para caminar hasta el gran asiento de madera engarzado con joyas y las tocó con sus dedos, asombrada por su brillo, con el gesto serio. Siempre serio. Se pudo ver reflejada en ellas, altiva y con los ojos profundos y pesados, cansados pero con una violencia de la que ella no se sentía poseedora. Poco después entraron en la sala otros dos jóvenes, uno muy grande y otro más bien pequeño, pero que pecaba de pura sabiduría. Antonio y Enrique. Ella sabía elegir bien a los que tenían que cubrirle las espaldas.
Y escuchó los pasos
extraños, después, llegar. Dio la espalda a la puerta principal, mirando al gran tapiz que había siempre tras el trono, y esperó que los pasos hubiesen terminado de hacer eco, sabiendo que tenía al intruso tras ella. Desde el tapiz, un grupo de seis águilas volando contra un atardecer, tejidas con la mano más dulce que podía ser capaz de imaginar, le devolvían la mirada, imperiales. Siempre le daban fuerzas.

– Al parecer no quieres contarnos si eres un lobo solitario o si nos vas a echar a tu manada encima de un momento a otro.


Con un gesto, Aya recogió una de las espadas que tenía apoyadas sobre el tapiz y la guardó en su funda, colgada de su cintura. Tal vez tuviese que usarla unos segundos más tarde, aunque no le hacía gracia la idea.
 
– No tengo nada que decirle a una escoria como vosotros. –
Pum

Restalló en la sala el puñetazo al extraño como un cañonazo ahogado en el mar. Aya unió las cejas.

No le gusta
ba aquello, tener que hacer aquellas cosas con los que aún eran humanos, pero la experiencia le había enseñado que o matabas, o morías. No era el mejor mundo en el que vivir, pero era el único, y ella lo sabía.

– Verás,
tenemos un problema. No podemos dejarte ir si no sabemos si vienes con gente detrás o no. No serías el primero aparecer a reconocer el lugar y lanzarnos a los perros encima. ¿Entiendes?
Me importa una mierda lo que penséis, yo no le debo nada a nadie, menos aún a vosot... – Plas” – ...Yo me cuido solito.

Un golpe más seguido de un gemido hizo que
Aya tuviese que morderse el labio. Se giró al fin sobre sí misma para ver al joven tirado en el suelo, boca abajo, sobre sus rodillas y manos. Parecía escupir sangre.

Mirándole, pero sin poder verle la cara, bajó los escalones de piedra uno a uno. Sus pasos resonaban en la sala mientras los demás la miraban con atención, alerta. Todos parecían estar tensos, su simple presencia en actos como aquel les ponía los pelos de punta. Era pura amabilidad, pero cuando
se trataba de temas difíciles... Por algo ella era la que tenía el mando.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, desenfundó su espada, y despacio la colocó en su brazo.
Subió por su hombro y se depositó en su cuello, así obligándole a bajar la cabeza para que no la mirase. No quería verle los ojos.

– Voy a hacerte unas preguntas muy sencillas, y luego podrás marcharte. – “
Mentira”. – Así de fácil ¿De acuerdo? – No contestó, permaneció inmóvil. – ¿Cómo has conseguido sobrevivir sólo?
– … No siempre lo estuve.

Eso era lo que ella quería oír. Ahora sólo tenía que descubrir con quiénes estaba o había estado, y de dónde habían salido para evitar más problemas. Una lucecita se había encendido al fin sobre su cabeza.

¿Cuántos erais? ¿Y dónde están?
– Éramos una resistencia, y luego quedamos sólo dos. Y ¿Dónde? –
Rió de forma irónica, triste – Ojalá lo supiese...
– ¿No lo sabes? –
Su compañero, el alto, hizo un gesto de mofa. Eso lo había oído antes. – Creo que no voy a tragarme eso.
– Nos separamos. No tuvimos elección. Y no pudimos encontrarnos. -
Aya cerró los ojos unos segundos, exasperada. - No pude encontrarla...

“¿Encontrarla...?”
Aya iba a preguntar algo al respecto, intrigada, cuando algo tras ella atravesó la ventana con un estallido de cristales. Alarmada, lo miró. Era una bomba casera, y sin pensárselo se lanzó hacia delante tapándose los oídos, justo antes de que la mitad de la sala volase por los aires. Hizo un par de señales a los de su alrededor, notando el molesto pitido de la explosión embotarlo todo, dando órdenes a los suyos, y se encontró a Antonio apresando al prisionero contra la pared. Le aferraba del cuello, gritándole mil barbaridades distintas.

– ¡¿Son los tuyos?! ¡Maldito hijo de...! –
Aya se lanzó contra él y le apartó el brazo.
– ¡No le habrían intentado hacer volar por los aires si fuesen de los suyos! Déjale y busca un arma. – Supo que iba a replicar. - ¡YA!


Aya preparó sus armas. Encima sólo llevaba una pistola y la espada, pero de momento le bastaban. Dio un par de órdenes a gente que pasaba por debajo de la balaustrada y alguien le lanzó una pistola que cogió al vuelo. Se dispuso a girarse para dársela a Enrique, y empezar el contrataque, cuando notó el frío acero de un cuchillo pegarse a su cuello. No tuvo otra que permanecer totalmente quieta.

– Soy estúpida... - Susurró.

Aya cerró los ojos con una sonrisa, sarcástica. El prisionero estaba con ellos, claro que lo estaba, pero lo de casi matarle a él o se trataba de una nueva técnica algo suicida o denotaba que en ese grupo a nadie le importaba nada una mierda.  Sea como fuere, el engaño había funcionado.

Sólo demasiado ingenua...

El cuchillo se pegó más aún contra su piel y pudo sentir la sangre comenzar a bajar por su cuello. Antonio apareció de la nada, y el prisionero pasó a poner el cuchillo en su espalda, casi clavándolo, para instar a que actuase con normalidad. Aya lo hizo.

¡Aya, los tenemos en ambos flancos!- Gritó, agitado. - ¡Te esperamos en el lado oeste, allí parecen agolparse los experimentados!
-
Ahora mismo voy. - Su gesto serio consiguió hacer que el chico se marchase.

Acto seguido, el cuchillo dejó de hacer presión en su espalda.
En su lugar una mano le aferró por el brazo, y le obligó a girarse. Al hacerlo, se encontró de frente con unos ojos cálidos, asustados, llenos de dolor y sobretodo tan conocidos...

– ¿...
Aya? – Con el gesto desencajado, él dejó caer su arma al suelo.
¿... Unai? Aya relajó su dedo del gatillo de la pistola con la que pensaba contraatacar, no hacía ni dos segundos.

Todo a su alrededor comenzaba a ser destrucción. Se escuchaban tiros por doquier, gritos, el humo comenzaba a llenar las callejuelas de aquella fortaleza que habían reformado a modo de refugio, pero ante todo ellos permanecían de pie, sin creer lo que estaban viviendo. 
Unai posó la mano en la mejilla de Aya mientras ésta dejaba escapar una exhalación, que culminó en una sonrisa. Casi le dolió. Hacía demasiado tiempo que no sonreía. Quería abrazarle, decirle tantas cosas... Pero la suerte tampoco iba a estar de su lado en aquel momento. La puerta de metal a la izquierda de ambos cedió, y por ella comenzaron a entrar montones de aquellas criaturas, que al parecer sus enemigos habían dejado entrar para hacer el trabajo sucio.

Ambos sacaron sus armas y comenzaron a luchar.
Aya pronto se quedó sin balas y tuvo que pasar a hacer uso de su espada mientras que Unai buscaba mil y una forma de esquivar los ataques que le propinaban para devolverlos con todo lo que tuviese a mano.

En su vida habían luchado ninguno de los dos de aquella forma, pero la adrenalina por protegerse mutuamente era tan fuerte que ni un tanque habría podido con ellos, y l
as criaturas, aquellos seres casi reptantes sedientos de sangre humana, pero lentos y torpes, fueron diezmados.
Sin embargo, aquellos que les habían asediado seguían vivos y de una pieza.
Antes de poder siquiera decir una palabra, Aya se llevó un golpe en la nuca que la hizo caer desmayada en los brazos de un extraño, repleto de jirones de ropa y malos tatuajes caseros, pero que tenía la mayor sonrisa de triunfo pintada en la cara existente en la faz de la tierra.


domingo, 2 de marzo de 2014

Águilas Z

III. Agua y sangre.

Shower by AWishperOfLove

Aya ni siquiera tuvo miedo cuando se arrojaron al vacío, su mente le intentaba decir que estaba en peligro pero el ruido de su corazón bombeando lo opacaba todo. Los brazos de Unai contra ella le robaban cualquier pensamiento válido en su mente, y disfrutó del momento como si fuese una eternidad, cuando seguramente no serían ni dos segundos. Fue entonces cuando el golpe la sacó de su ensimismamiento. El agua le apartó de él. Pataleó como pudo ¿Agua? ¿Había un río debajo de aquel puente? Salió a duras penas del asfixiante líquido hasta alcanzar el aire y miró a su alrededor. ¡¿Dónde estaba Unai?! Pudo ver algunos de esos seres cayendo al agua tras ellos ¿Sabían nadar? Nunca lo había comprobado... Pero en aquel momento le daba exactamente igual.

– ¡¡¡
UNAI!!! - Gritó entre los movimientos tan frenéticos del agua.

Aquel río, que había permanecido casi seco durante años, ahora estaba embravecido, salvaje e indomable, como si la presa que lo mantenía hubiese estallado a pedazos. Y seguramente, así debía ser.

Antes de poder seguir buscando, uno de los rápidos la hizo hundirse hasta chocar contra el suelo y
las rocas alrededor, repetidas veces. Quiso agarrarse a algo, pero parecía imposible. No podía creer que ese era su final, no mientras no le encontrase a él, aún si el pecho le ardiese a cada segundo que pasaba. Consiguió agarrarse a algo sólido, y asomó la cabeza tomando aire con dificultad para después subirse lo que quiera que le había salvado la vida. Resultó ser un camión de hormigón, que el agua parecía no haber podido arrastrar del todo. Cuando al fin consiguió salir, a duras penas, tosió para poder respirar con normalidad y le buscó.

Su corazón se paró cuando vio un bulto flotar.
Reconoció el azul cielo de la camiseta de Unai. Se lanzó tan rápido contra él como su cuerpo le permitió, ignorando el dolor, el frío y el peligro, y luchó contra la fuerza del agua hasta llegar a él. Le agarró de la cintura y se hundió bajo el agua para tirar de su cuerpo, haciendo que así flotase y no le entrase más agua en los pulmones. Empujó, nadó, pataleó, casi gritó en silencio bajo el agua que la ensordecía y la hacía chocar contra todo lo que había a su alrededor, pero una fuerza que no parecía suya tiraba de su cuerpo, solo para ponerle a salvo. Y al fin, como si su mayor deseo hubiese tomado forma, dio con la mano contra algo a lo que pudo aferrarse. Al momento sintió un golpe en la pierna de la fuerza de un bateo en béisbol, pero no se paró a comprobar qué había ocurrido, solo se molestó en sacar a Unai del agua a tirones y empujones. Consiguió que más de tres cuartas partes de su cuerpo estuviesen fuera y se lanzó a su lado, sobre el césped. Un reguero de sangre bajaba por la ladera hasta fundirse con el torrente masivo de agua... ¿Estaba herido?

– No puedes hacerme ésto... - No sabía si hablaba para él, para sí misma, para el mundo...
Aya se echó sobre su cuerpo practicándole los primeros auxilios. Una, otra y otra vez. Dos minutos. Cinco minutos. Seis minutos, su corazón estaba paralizado del miedo pero le pasaba oxígeno a los pulmones de un modo casi autómata, empujándole el pecho sin descanso, y entonces... Tosió. Al fin tosió. Aya le empujó para ponerle de lado y le hizo toser más aún ayudándole con un par de palmadas en la espalda.

– ¿
A-Aya... ? - Unai susurró entre toses, intentando fijar la mirada sobre ella.Se hizo el silencio unos instantes. Unai pudo centrar la mirada de forma débil y perdida sobre los ojos de Aya, que parecían tan húmedos como el resto de su cuerpo tras salir del río. ¿Acaso había estado llorando?
– ¡
Idiota!

Aya se le echó al cuello con un abrazo tan fuerte que durante un par de segundos se le olvidó incluso el dolor de los pulmones.

– Q-Qué susto me has dado... Dios... No vuelvas... - Se apartó de él unos segundos para sujetarle las mejillas entre sus manos. – A hacerme eso nunca... ¡Nunca! ¿Me oyes?

Como toda respuesta,
Unai simplemente la sonrió ladino y le colocó una mano en la cintura, para tranquilizarla. Estaba bien, no tenía que preocuparse, no volvería a dejarla nunca si podía evitarlo.Aya entonces volvió a la tierra, bajando de su nube anclada en la profundidad de sus ojos, y le repasó el cuerpo con la mirada de arriba abajo. ¿De dónde venía entonces la sangre? No se cortó un pelo y le levantó la camiseta de golpe. Unai hizo un comentario sarcástico, sin entender qué hacía, pero ella ni lo escuchó, siguió buscando. Y no vio nada. <<Entonces...>>
Se miró a sí misma. La pierna. Allí donde aquel golpe tan exagerado le había dado, ahora sangraba hasta hacer que un reguero la siguiese por donde quiera que fuese. No quiso levantarse el pantalón para ver qué era lo que había ahí debajo, pero
Unai se la adelantó. Ella habría hecho exactamente lo mismo.

– No te muevas. – Dijo.

Con un gesto serio, insistente, la obligó a tumbarse. Un dolor intenso la recorrió el cuerpo entero cuando sus manos se dirigieron a su pernera del pantalón y la subieron despacio. No quería mirar... No quería. No lo haría.

Mierda... - <<¿Qué es? ¿Qué pasa?>> Pero no preguntó nada. – Un hierro, te ha atravesado la pierna.
– No lo saques.
– ¿Qué...?
¿Estás loca? ¡Así no puedes caminar!

Unai alzó la mirada furioso a los ojos de Aya, cuando vio que ella atendía con gesto fúnebre a otra cosa. Giró el rostro, y comprendió.


Por encima de ellos se acercaban al menos tres de aquellos seres, que parecían acabar de darse cuenta de su presencia.
Ambos dejaron lo que estaban haciendo para sacar sus armas, pero ninguna de ellas funcionó.
Estaban empapadas. Aya quiso sacarse el cuchillo que llevaba en el pantalón, pero al intentarlo rozó contra el hierro clavado en ella y gritó como si la hubiesen disparado. Aquellos seres reaccionaron y echaron directamente a “correr” hacia ellos. Unai les esperó de pie, con una pequeña espada entre las manos. Aya quiso hacer algo, pero simplemente no podía moverse, el dolor le llenaba la mente. Aún así insistía en coger su arma. No hizo falta, Unai sabía lo que hacía, y despachó a los tres sin mucho esfuerzo en menos de veinte segundos. Tras hacerlo, se quedó de rodillas tosiendo, expulsando los pocos resquicios de agua que le quedaban en el pecho. Su rodilla fue a dar sobre el pecho de uno de aquellos seres, y se manchó de una sangre putrefacta y ya fría.

– ¿Estás bien? - Preguntó
Aya, incorporándose.
– Soy duro de pelar.

Se acercó hasta que estuvo al lado de ella y le puso un brazo alrededor de la cintura para ayudarla a levantarse.

Tenemos que encontrar refugio antes de que anochezca.
– ¿No podemos volver al de antes? - Preguntó ella, pensando en su hermano.
– Imposible, no se cuánto nos ha arrastrado el río pero... No nos daría tiempo a regresar. Además, está plagado.
– ¿Entonces...?
– Encontraremos algo.

Llegaron a la carretera mientras Unai mantenía su espalda en alto con un brazo y sostenía a Aya con el contrario.

Tardaron en encontrar un piso en el que poder entrar, que estuviese abierto pero fuese seguro.
Cuando se hicieron con uno se aseguraron de que fuese lo suficientemente alto como para saber que esos seres no llegasen con facilidad. La suerte estuvo de su lado, pues no se encontraron ni uno en el camino, y estuvieron a cubierto antes del anochecer. La hora punta. Aquellas criaturas no tenían ni los oídos ni el olfato tan desarrollado como para encontrarlos allí. Unai se empeñó en subir a Aya los últimos pisos en brazos, aunque ella se negase rotundamente, pues parecía ya demasiado cansada como para hacerlo por sí misma. Una vez dentro, tapiaron la entrada con todo lo que encontraron y Aya se dejó caer sobre el sofá con todo su peso, cerrando los ojos. Estaba empapada, dolorida, cansada... Y sentía una inmensa opresión en el pecho que susurraba por su hermano a cada segundo que pasaba, preocupada.
Unai mientras tanto seguía tapiando la puerta.

Mientras tanto
Aya aprovechó para arrancar un trozo de la tela del sofá, y tomó rumbo al baño, cojeando. Vio la bañera. <<Que recuerdos...>> se acercó a ella y entró dentro, con cuidado para no caerse. Una vez allí, se quitó los pantalones, la chaqueta y las armas, y los dejó caer fuera, extendiendo la pierna. Mordió el trozo de tela, y se aferró al grifo con tanta fuerza como tenía con su mano derecha. De un tirón, se arrancó el hierro. Ahogó el grito que profirió con la tela mientras notaba la sangre caer con fuerza al suelo de la bañera.
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Dejó caer la tela de su boca, repentinamente exhausta... Y gritó aun más fuerte, cuando sintió algo que no esperaba caer sobre ella.Unai escuchó el grito desde la puerta, y con la espada en alto de nuevo entró corriendo dando un portazo al cuarto de baño, esperándose cualquier cosa. Pero lo que encontró, en contra de todo pronóstico, fue a Aya y solo a ella, vestida únicamente con su camiseta blanca y la ropa interior mojándose con el agua de la ducha. La cara de ambos era de impacto. La de ella pasmada porque en aquel lugar hubiese agua potable, y funcionase incluso la caldera ¡Era agua caliente! y la de él por todo eso, y el añadido de encontrársela de aquel modo. Al tirar por culpa del dolor de arrancarse aquel hierro, Aya había accionado el grifo. Y Funcionaba. Simplemente no se lo podía creer... No podía. Y cuando se dio cuenta de que Unai la miraba, intentó cerrarlo avergonzada <<¡Estoy gastando éste agua! ¡Soy idiota!>> pero justo cuando iba a accionarlo, una mano la detuvo.

– Espera...

Tanto la mano como la mirada que él la dirigió eran totalmente decididas. Se quitó la chaqueta, dejó caer las armas a su espalda junto con sus botas, y entró dentro de la ducha con ella.

¿Qué estás...?

No pudo siquiera respirar cuando sintió sus manos rodearle la cintura. Unai la empujó para quedar debajo del agua, y Aya pudo notar el calor de ésta bajarle por la espalda, despacio.

Entre las gotas del agua y el vapor que poco a poco se formaba en la habitación, pudo ver el rostro de
Unai acercarse al suyo hasta quedar a escasos centímetros el uno del otro. Acababan de casi morir ahogados, e irónicamente estar ahí, bajo el agua una vez más, se había convertido en el mejor refugio posible. En el mejor lugar del mundo.

¿Y si en realidad estamos muertos? – Preguntó Aya, dudosa.

Agua y sangre se unían cayendo entre ambos sin descanso, formando un remolino grotesco que desaparecía por el sumidero.

No quiero comprobarlo nunca.

Habló tanto con su voz como con sus labios, que ahora, silenciosos, se acercaron a besar los de Aya con el mayor cariño y deseo posibles. El “Gong” del corazón de ambos, restallaba al unísono creando un coro magnífico con el agua, chocando en el suelo de la bañera.

<<¿Comprobarlo?>> Pensó Aya. No importaba. En aquel momento no. 

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Debo dar las gracias a Alfonso por la frase final de Unai. 
Cuando pregunté "¿Y si en realidad estamos muertos?" contestó "Que preguntita. No sé, contestaría que no quisiera comprobarlo nunca". 
Fue más que perfecto. Gracias.