martes, 7 de enero de 2014

La Guardia de fuego

IV. La locura de la luna.

The Moon by deejaywolf

Los días cada vez eran más cortos en la zona Norte de la ciudad, ¿Cuánto tiempo llevaba caminando a la deriva? Pronto harían dos semanas desde su salida triunfal del Congreso, y ya incluso había encontrado una octavilla con su nombre en una taberna a las afueras de la ciudad. Tuvo que aguantar la risa cuando vio aquel “Se busca por desacato a la autoridad” ¿Qué autoridad? ¿Y qué le harían, si es que la encontraban? Valverde no era más que un niñato, y todos los que le seguían simplemente eran borregos dispuestos a todo con tal de sobrevivir. El mundo siempre había apestado bastante, pero desde que Zelen tenía memoria, era prácticamente un infierno repleto de imbéciles y asustadizos arrogantes.

Dos días hacía desde que dejó atrás la población más cercana y se adentró en la montaña, bordeando la ciudad, adentrándose en el bosque y dejando que el frío le calase hasta los huesos. Seguía aquel ruido, aquellas voces que se metían en su mente, esa canción que la guiaba de lado a lado como una nana que acunaba sus sentidos mientras la luna en lo alto de la noche se movía arrulladora... Simplemente hipnótico. No entendía nada, pero cuanto más lo pensaba, menos quería hacerlo.

" Siempre me pregunté cómo sería convertirse en ellos... "

Sus pies la guiaban mientras sus manos se aferraban a los troncos de los árboles a su alrededor. Evitaba el día y caminaba de noche, pues la luz del sol le dañaba ya demasiado la vista, y no podía ver.

"Es una paz tan extraña... Es casi como quedarse dormido, muy lentamente. Podría acostumbrarme."

No se podía mirar en ningún espejo desde hacía días, pero no hacía falta hacerlo para saber que ahora debía tener los ojos más brillantes que nunca. Podía ver en plena oscuridad como si hubiese la más brillante de las bombillas sobre su cabeza. La luna, aún si menguada o casi oculta tras las montañas, era suficiente para mostrarle el mundo entero. Era rápida, mucho más rápida, y el frío invernal que hacía tiempo arreciaba sólo era notorio en el vaho que salía de entre sus labios cuando el oxígeno era expulsado de sus pulmones. Y aquella paz...

Era el tercer día de la tercera semana que había salido del Congreso cuando uno de ellos apareció a su paso en las colinas del Norte. Zelen, se agazapó entre las hierbas.

Mamá luna canta, mamá luna canta ¡Canta, canta, CANTA!

La chica contuvo el aliento. Por el aspecto de la criatura, llevaría convertida apenas un par de meses, pues prácticamente vestía la ropa impoluta que en su día debió llevar como humana, vaqueros ajustados y camiseta de tirantes ligeramente raída. Era una mujer, estaba claro, aunque el tono de su voz no lo hubiese dejado claro. Y todo ésto, sólo le llevaba a una única conclusión: Que la superaría en fuerzas. Un recién convertido siempre era más fuerte que cualquiera de los anteriores a ellos, pues aún mantenían la forma física humana, sumada a su nueva condición. Zelen tenía todas las de perder ahí.

Sin darse cuenta, Zelen arrancó con una uña un pedazo de la corteza del árbol sobre el que su mano se apoyaba mientras oteaba a la criatura, y ésta, como movida por un resorte, se giró clavando sus ojos en ella como si fuese el último bocado sobre la tierra.
Zelen se incorporó de golpe, intentando ser rápida, y posó las manos sobre la empuñadura de su espada lista a luchar hasta su último aliento mientras la criatura se agazapaba. Pero, para incredulidad de la joven, aquel monstruo ligeramente pareció ir relajándose.

"¿Qué está ocurriendo...?"

– Nooo... – Dijo con voz gutural la criatura. – ¿Tú?
Zelen se quedó de piedra.
Le hablaba, aquel ser le estaba hablando directamente a ella, ¿Desde cuando eran capaces de hacerlo? El escalofrío que le recorrió la espalda de arriba abajo le impedía respirar.

– ¿Túúúú?
– … Yo.

El ser pegó un salto en el sitio, cual cachorro cánido cuando se le dicen dos palabras amables.

– ¿Túúúú...? – Dijo una vez más.
– Yo, sí.

La criatura no parecía caber en sí de gozo, pero ésta vez parecía querer llegar “Más allá” o por lo pronto, daba señas de pretender comunicarse de un modo algo más profundo.

– ¡¿Túúú?! – Se llevó la criatura una mano al oído, y la otra en un brusco y nada natural movimiento, la dirigió de un golpe al cielo. Hacia la luna.

Y Zelen, comprendió.

– … Sí, yo lo oigo. Es... ¿Es la Luna?
– ¡Mamá canta, canta, CANTA!
Canta... Pero, ¿Qué...?
– ¡Ven a cantaAaAaAAAAaaarrRRR! – Pronunció la criatura mientras sonreía de lado a lado con su ahora amorfo rostro no humano y señalaba a Zelen que la siguiese a través del bosque.

No entendía por qué, ni de qué manera, pero algo la decía que debía seguir a aquella criatura. Aunque no soltó la empuñadura de su espada ni un solo instante, clavando los ojos en la nuca de la criatura, sentía una paz interior que no era capaz de explicar unida a todo un amasijo de sensaciones increíblemente sobrecogedoras, y aterradoras.
El ser caminó durante largo rato, sería sobre hora y media al menos, y sin detenerse ni un minuto estuvo cantando, gritando y dando saltos toda la travesía hasta llegar al destino que en su mente debía haber fijado.
Los árboles se iban apelmazando, cada vez era más difícil caminar, y el frío impedía que Zelen pudiese mover bien los músculos de su cuerpo. Seguía a la criatura por cada paso que daba, cada movimiento, y ésta no se giró ni una sola vez para dirigirle la mirada de nuevo mientras mantenía sus ruidosos gritos en vilo. Estruendosos silbidos y graznidos que, pronto, comenzaron a escucharse desde otras partes del bosque uniéndose a las de aquel primer ser con el que Zelen se había topado.

"Uno en el Norte, dos al Éste, al menos otro al Oeste y tres por el Sur... Se están reuniendo."

Sus suposiciones, entonces, parecían correctas. Pensó en Valverde durante un segundo, y una sonrisa ladeada le surcó el rostro no supo si por maldad pura, rabia o desasosiego. Simplemente, surgió de la nada y le hizo sentir mejor. Ella tenía razón.

Se sintió rodeada, no podía huir y lo sabía, pero a la vez estaba... Excitada. Iba a llegar al origen de aquella “llamada”, sabría de donde venía todo aquello, y a dónde pretendían llegar ellos o, simplemente... Comprenderlos, si es que podía.
El bosque poco a poco pareció ir abriéndose, y entre el ramaje aparecieron las primeras estrellas, que a ojos de Zelen, relucían como nunca antes lo habían hecho. Por primera vez en su vida se dio cuenta de que, aún sin una luna en el firmamento o luz alguna artificial, sería capaz de guiarse únicamente con el brillo de aquellas luciérnagas espaciales

Las ramas fueron desapareciendo, y las hojas de los árboles dieron paso a un claro que pronto quedó iluminado de un modo casi espectral por la luz de la luna y los ojos inhumanos de Zelen.
La visión, le cortó a Zelen la respiración.
El claro, estaba lleno de ellos.No podría contarlos aunque quisiese, pero aquel lugar tendría fácilmente la extensión de un campo de fútbol, y más de la mitad estaba completo. Pronto más y más de aquellas criaturas fueron llegando al claro, tal y como ella y su guía habían entrado ya, y se reunieron en torno al centro del lugar.

"¿Qué es eso...?" Algo, parecido al arrullo de un violín perfectamente afinado, entonando la más bella de las melodías, daba la impresión de surgir del centro del claro. "Esa música... "

Zelen, que se había quedado de piedra al sentirse rodeada por aquellas criaturas, de repente sintió un resorte empujarla hacia delante, para poder descubrir qué era aquello.
Cuando salió por completo de entre los árboles, el silencio se hizo en el lugar. Y todos los ojos, fríos como el hielo y henchidos de locura, se clavaron sobre ella.

"Mierda..." Pero algo, aquella melodía, casi le impedía sentir miedo. Sin mediar palabras o gestos algunos con los seres, echó a andar hacia el origen del sonido.

Ellos, a pesar de fijar sus ojos en ella, la dejaron paso conforme caminaba.

Había criaturas de todas las edades, algunas apenas habrían alcanzado la treintena (la edad común de conversión) y otras, sin embargo, ya mostraban claros signos de vejez. La mayoría tenían señales de batalla en sus cuerpos, y los tics que les asediaban les obligaban a proferir un grito tras otro de vez en cuando, poniendo el vello de punta de cualquiera que pudiese escucharles.
Zelen, caminaba erguida, pero con un escalofrío permanente recorriéndole la nuca.

Al fin, alcanzó el centro, el origen de aquella nana tan increíble e hipnótica, y apartando al último de ellos pudo ver el misterio que tanto había esperado.

Una roca, del tamaño de una mesa de comedor, lisa y brillante como el nácar, con un pequeño hueco en su centro en el que reposaba algo de agua, plácida y ligera, que reflejaba la luz de la luna como si fuese el espejo más bello que hubiese existido jamás.
La música, salía directamente de aquel pequeño remanso de agua, y Zelen, impulsada por una emoción similar al amor más intenso que jamás hubiese sentido, se acercó a ella con la mano extendida, queriendo tocar su infinita belleza.

Al instante, cinco ellos se la echaron encima y la hicieron caer al suelo, de la forma más brusca posible.

– ¡NO! – Gritó en su oído uno de ellos.
– ¡NO TOCAS!
– ¡NO! ¡NO!

No comprendió nada, el agua le atraía de tal modo que sin duda les habría matado a todos para poder siquiera mirarla otra vez.
¡Soltadme! ¡Dejadme! Necesito...
– Entenderás. – Dijo de nuevo en su oído otra de las criaturas.
– ¡No quiero entender nada! ¡Quiero tocarla, lo necesito! ¡Dejadme!


Poco a poco los seres la soltaron hasta que pudo ponerse en pie por sus propias fuerzas, y Zelen, llena de furia, sacó su espada y les miró de uno a uno preparada para cortarles el cuello. El agua, la luna, todo aquello la estaba llamando tanto que no era capaz de ver, de sentir o pensar algo que no fuese en ella, aquella misticidad, ese milagro, esa “Madre”. La amaba, y no sabía lo que era.
Les mataría a todos para llegar a ella.

Puso su arma en ristre, y gruñó. Nunca había gruñido.

– No. – Susurró uno de ellos.Zelen pudo sentir el frío golpe de una roca sobre su nuca nada más escuchar aquella seca palabra, y cayó cuan larga era sobre el verde pasto a sus pies. Lo último que pudo ver, fue la roca impía desde el suelo, y un pequeño reflejo que la luz de la luna y el agua ejercían sobre uno de los lados de la piedra. Se desmayó, soltando su espada, con una sonrisa al ver aquello.

Sin duda alguna, se había vuelto loca.