martes, 16 de octubre de 2012

Arisa y Nazo. Una vez más, contigo.




La pelirroja no tenía mucho tiempo, y era consciente de ello. Miraba a sus lados completa y visiblemente nerviosa mientras se mordía las uñas de su mano derecha, ya a flor de piel. Se aferraba la bata blanca, su única ropa en el momento, contra el cuerpo con fuerza.

Al fin, apareció la persona que esperaba, y de un salto corrió hacia ella, casi desesperada.

- ¿Lo has traído? - preguntó casi a la desesperada, agarrándole de la camisa.
- Estás viva...- Susurró el extraño con una voz de auténtico asombro.
- ¿No es obvio? ¡Claro! ¡Esos cabrones mintieron en todo! ¿Lo has traído o no?
- Sí, pero... - Apenas pudo terminar de hablar cuando la chica le asaltó los bolsillos hasta encontrar lo que buscaba: un detector de metales. 


Sin que tuviese siquiera tiempo de reaccionar, Nazo pudo ver ante él como la muchacha comenzaba a quitarse la ropa a una velocidad pasmosa, sin reparo alguno. Le dio la espalda, azorado, y a la vez completamente anonadado por lo extraño de la situación.


- Arisa... Todos creen que has muerto. Alejandro, tu hermana, tus padres...
- Eso ya no será problema - susurró con desprecio la muchacha mientras se pasaba el detector de metales por el cuello.


Nazo permaneció en silencio unos segundos, sabiendo que no tenía que preguntar acerca de aquello, pero no podía evitarlo. A éstas alturas, ya había escuchado noticias de última hora en las pantallas de las calles, pero había preferido hacer caso omiso de ellas. Era tarde.


- Los has matado - zanjó de golpe.


Arisa detuvo sus movimientos unos segundos, mirando al horizonte. Las palabras parecían pesar mucho más duro de lo que a ella le había parecido... mucho más.


- ... Sí. - suspiró mientras se giraba para ponerle la mano en el hombro a Nazo. Curiosamente, no se apartó. - Están con ellos.
- ¿Aún sigues creyendo que hay una compañía que secuestra gente? - preguntó sin miramientos.
- Y ahora tengo pruebas de ello. - Puso el detector de metales en la mano derecha de Nazo, pegando su pecho a su espalda, y le susurró al oído - Ayúdame y lo verás. 


Nazo no comprendía absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo. Estaba, para empezar, completamente anonadado por el hecho de que Arisa siguiese con vida, y libre... Y desnuda en mitad de un descampado. Por dios, le había llamado a su número personal a las cuatro de la mañana diciendo únicamente "Trae un detector de metal al puente mayor". No entendía nada.


- Pásalo por mi espalda - Dijo Arisa casi a ras de cuello de Nazo, para después girarse de espaldas y apartarse la larga melena de ésta. Había crecido tanto en esos dos años...


Nazo se giró, indeciso, y con el cuerpo perfilado de la esbelta muchacha ante él comenzó a pasar el detector de metales sobre su espalda. Al llegar a la altura de la cadera, éste comenzó a pitar con fuerza.


- ¿Qué...?
- Hijos de puta ¡Lo sabía! Lo han puesto ahí porque saben que no podré quitármelo sola. Nazo, necesito que me lo quites.
- ¿Que te quite el qué? - Preguntó extrañado.
- ¡El chip de seguimiento! Con él lo controlan todo, dónde estoy, cómo estoy, qué estoy haciendo... ¡Todo! ¡Soy un marcado!
- ¿Qué narices es un Marcado?
-[color=#8f3438] Creeme, pronto lo sabrás. Tal vez incluso también pases a serlo.- mientras hablaba, caminó hacia la ropa que había dejado en el suelo, y de uno de los bolsillos de la bata blanca que antes portaba, sacó un pequeño bisturí. - [color=#8f3438]Ten, úsalo.
- A ver, vayamos por partes - Apartó las manos del bisturí, negándose a cogerlo en todo momento -Para empezar, no pienso rajarte con eso, no se nada de medicina, y para seguir, si tienes un chip dentro de ti ahora mismo sabrán dónde estás, es una estupidez quedarse aquí.
- Destrocé su central de seguimiento y los sistemas de energía alternativos, se supone que no deberían estar funcionando al menos hasta dentro de un par de horas, pero no lo se exactamente así que ¡Date prisa!
- No pienso hacerlo - Sentenció Nazo - No hasta que me cuentes qué cojones ha pasado.


Arisa, enfadada pero a la vez exausta, se giró hacia él, implorante. Sus ojos clamaban la ira junto con el miedo, y le pedían al chico que hiciese lo que estaba pidiendo. Que no hiciese más preguntas, por una vez. Su vida dependía por completo de ello. 
Sin embargo, Nazo no parecía querer echarse atrás.


- Te prometo que te lo contaré todo, absolutamente todo, cuando me hayas sacado esa cosa de dentro. - Sujetó sus manos entre las de ella con fuerza. Nazo intentaba evitar con su mirada su cuerpo en todo momento. - Por favor, Nazo. Te necesito.


Aquellas palabras fueron como miel en sus oídos. No necesitaba nada más que aquello, pues escuchar a la orgullosa y desagradecida Arisa tratarle así, era más que suficiente para saber que le necesitaba. Sin contar con que jamás le había visto fallar una sola promesa.


Sin mediar palabra, le agarró de un hombro y le hizo darse la vuelta. Cuando la tuvo de espaldas la empujó contra una de las columnas del puente, para que tuviese dónde agarrarse, y le quitó el bisturí de las manos.
Se aseguró de tener algo de luz sacando una pequeña linterna que había traído consigo, poniéndosela con su soporte sobre su oreja izquierda. Nunca salía sin ella cuando era de noche.


Alzó la cabeza para mirar unos segundos a la pelirroja, mientras veía como ella giraba el rostro para atender a sus movimientos tanto como fuese posible. Aunque intentase no mostrarlo, se la notaba realmente nerviosa, y desquiciada. Nazo nunca la había visto así.
Y sin embargo, lo único en lo que podía pensar en ese momento era... "¿Por qué me ha llamado a mi en lugar de a Alex?" pero no lo preguntaría, pues no quería saber la respuesta. No la quería para nada.


- ¿Preparada? - preguntó agachándose sobre sus rodillas y corroborando una vez más el lugar donde el supuesto chip se encontraba.


Arisa asintió ligeramente con la cabeza, y Nazo le clavó el bisturí en la piel.


La tensión en el cuerpo de la joven era palpable, y sin embargo su fuerza no tenía fin. Ahogó sus gemidos de dolor mordiéndose la muñeca izquierda con tanta fuerza que pronto comenzó a sangrar haciendo que el rojo plasma cayese por su cuello lentamente.


Nazo fue tan rápido como pudo, y una vez hubo sesgado la piel asemejando al tamaño de lo que creía sería el chip, medió dos dedos dentro para intentar atraparlo, y ahí lo encontró. Era pequeño, pero más grande lo que el rasgado que había hecho Nazo permitiese su salida, por lo que tuvo que hacer de nuevo uso del bisturí para sacarlo por completo. Arisa tenía los ojos en blanco del dolor a esas alturas, y el chico no se sorprendería si se desmayase... Pero no lo hizo.


Al fin, sacó el pequeño aparato por completo, y se lo entregó a la muchacha, la cual mirándolo unos segundos, con lágrimas de dolor en los ojos, lo lanzó al rio sobre el cual el puente bajo el que se encontraban pasaba, y se dejó caer en el suelo con todo su peso.


Nazo procedió a taparla con la bata blanca con la que había aparecido, y se quitó la chaqueta para entregársela.


Arisa, lejos de todo agradecimiento, simplemente intentó concentrarse en dejar de temblar.


- Sekira está viva - susurró entre dientes - Se escondió de mi. Creyó que iba a matarla a ella también... qué estúpida. ¿Sabes que ha desarrollado invisibilidad... solo para ocultarse de mi? - giró su rostro hacia Nazo, intentando incorporarse poco a poco de nuevo - Siempre ha sido una criaja estúpida...


Nazo la ayudó a ponerse en pie poco a poco, hasta que pudo mantenerse por sí sola. Se puso la bata y la chaqueta que le había entregado el muchacho, para mirarle de nuevo con la frente perlada de sudor.


- No puedo llamarte al móvil, te estarán vigilando, saben que me conocías. Ten cuidado. - Asintió mientras comenzaba a caminar en la dirección opuesta al centro de la ciudad.
- ¡Me prometiste que me lo contarías todo! - Nazo la agarró por el brazo, evitando que se marchase.
- Y lo haré - Sentenció sincera la pelirroja - Pero ahora me están buscando con patrullas por toda la ciudad, debo esconderme - Nazo pareció no estar contento con la respuesta y la aferró con más fuerza aún - Búscame, serás al único al que deje que me encuentre. 


Aprovechando el agarre de su brazo, Arisa arremetió contra él, y de un grácil movimiento le besó la comisura derecha del labio con fuerza, cerrando los ojos y apretando su cuerpo contra él.


- Te lo prometo... - Susurró justo antes de desaparecer, repentinamente, de allí.


Un único sonido permaneció en el aire mientras Nazo agarraba la nada con su mano alzada, completamente anonadado.


"Cuida de ella."


domingo, 23 de septiembre de 2012

Fisura. Huida. La nueva vida.



"Húmedo y oscuro en la cueva refugiado
aquel hombre exhausto, de la tormenta.
Gran sorpresa al encontrar una bestia con él,
la más temible, mortal y fiera.
El ser cuyo aire es fuego, y ácido sus entrañas
pacía relajado y sumiso encogido entre sus alas.
Véase el último Dragón por el hombre, acogido
cuando, bajo los truenos, entre sus brazos lo había protegido."


No recordaba cómo eran las cosas fuera del recinto de la fortaleza. Había vivido en aquella ciudad rodeada de murallas toda su vida, y apenas podía ver el sol a través de los altos muros, o sentir la brisa si no subía a sentarse en el tejado de su casa. Contaban con que no fuese una chica destacable en el lugar, pero se conformaban con que no diese problemas, pues era callada y siempre cumplía con su labor, que era la de limpiar todo lo que se le ordenase dentro del castillo, como tantas otras chicas jóvenes. Al parecer, al señor le parecía que los dedos finos eran buenos para tratas las cosas delicadas, y por eso no contaba con varones o mujeres mayores de cierta edad para el cuidado de su edificio principal.

Su pelo castaño y revuelto saltaba tras ella mientras corría dentro de su casa, alentada por os consejos de su abuela.

  • ¡Llegas tarde de nuevo Ahynara!
  • Lo sé abuela, perdona – Dijo la joven mientras saltaba para pasarse el vestido por la cabeza.- Ha sido por culpa de ese grillo otra vez...
  • ¡No le eches la culpa a los insectos de tus despistes! - replicó la mujer con gesto serio, mientras ataba los lazos de la espalda de la muchacha – Ahora ve, compórtate y haz tus labores. No te quedan muchos años dentro del castillo, tus manos empiezan a ser de adulta, y debes aprovechar al máximo éstos momentos. Echarás de menos limpiar las...
  • Limpiar las porquerías de los señoritos” Sí abuela, lo se – Contestó la joven – No te preocupes, me comportaré.

La muchacha besó en la frente a su abuela, arrugada por la edad y los percances de su vida, y salió corriendo de la casa hasta el castillo. Su pelo castaño, enmarañado, saltaba tras ella a cada brinco y cada movimiento, mientras la gente se apartaba al verla tan atareada. El señor nunca permitía las tardanzas. Pero grata fue su sorpresa, al ver que la guardia estaba esa mañana reducida. ¡El señor había salido! Suerte para ella.
Entró dentro del edificio, tan imponente, tan grande y acongojante... Había sido construido con mucho cariño, pero regido con mucho miedo, y aquello era un virus que se había extendido a lo largo de toda la pequeña ciudad. Ya nadie salía a pasear por fuera de sus muros, pues el señor no lo permitía. Ya nadie hablaba siquiera de ello, desde hacía mucho tiempo...

Ahynara bajó a la sala de la cocina, donde se guardaban los aparatos para la limpieza, y recogió sus enseres. Así, comenzó a limpiar el castillo, sala por sala, silla por silla, cama por cama, como hasta entonces llevaba años haciendo. En cada ventana, en cada rincón, fijaba su mirada y soñaba con que había sitios mejores, más bellos y cálidos.
Se dio prisa por terminar, pues quería llegar a ella, a su sala favorita: La sala del trono.
Al entrar, un ventanal gigantesco de vivos colores la esperaba a contraluz. En él había grabadas las figuras de tres inmensos seres alados que, sentados sobre los muros de la ciudad, la protegían con garras, dientes y fuego: Los dragones.
No pasó mucho tiempo mirándolo, pues ya la conocía de sobra, antes de pasar su vista a otro lugar en la sala que atraía muchísimo más su atención. Una mesita decorada con dorados detalles y lágrimas de diamante, cuyas patas estaban diseñadas a modo de garras de dragón cerradas, y coronada con una preciosa cúpula de cristal que reflejaba las luces de colores del ventanal tras ella. En su interior, el único huevo de dragón que Ahynara había visto en toda su vida. Era verde esmeralda, como sus ojos y los de su abuela, como la hierba que a duras penas se veía en la ciudadela, y seguro al tacto sería duro como una piedra. Decían que los cascarones podían valer muchísimo oro, mucho más que incluso las escamas de los dragones, pues eran el material más duro que existía en el mundo.
Con cuidado, ella se acercó a mirarlo con detenimiento, y puso una mano sobre el cristal. Quién pudiese tocarlo, pensó, y descubrir todas las maravillas que las voces hablan sobre él. ¿Sería un huevo de dragón de verdad, y no una falsa reliquia? Hacía eones que no había dragones en la Fortaleza, no de los buenos, al menos. Los pocos que existían aún, asolaban las tierras en busca de destrucción y diversión. Por eso vivían allí, confinados, protegidos bajo una cúpula prácticamente invisible gracias a la cual los dragones no eran capaces de encontrarles.

Ahynara suspiró desolada, y se encaminó hacia el ventanal para limpiarlo con cuidado, admirando cada detalle de esos seres tan increíblemente honorables, y sus posturas protegiendo la ciudad. Eran tan inmensos...
Dispuesta a salir de la sala, vio algo entonces que le obligó a retroceder. Una mancha en el cristal de la mesilla donde se encontraba el huevo. ¿La había hecho ella al poner su mano? Se encaminó allí, dispuesta a limpiarla. Se inclinó, posó la mano con aquel trozo de tela viejo sobre él y comenzó a frotar sin forzar demasiado el cristal. Y entonces, se cayó de frente.

Un gran estruendo produjo con su caída y la de la mesilla de oro y diamantes sobre el suelo de la inmensa sala, que de seguro habría alertado a alguien. A duras penas, Ahynara se apoyó sobre sus manos y miró hacia la mesita ¿Qué había pasado? Atónita, pudo ver entonces como el cristal de ésta había desaparecido, y como el huevo rodaba por la sala en dirección al balcón. Impulsada por el rayo, la muchacha salió corriendo pisándose el vestido un par de veces para lanzarse sobre el huevo, impidiendo por pocos metros que cayese al vacío y se partiese en mil pedazos. Aunque si era tan duro como decían... ¡No había tiempo que perder pensando en tonterías!
Corrió hacia la mesita, y la colocó de nuevo en su lugar, para así poner el huevo sobre su pequeño pedestal con sumo cuidado. Su tacto era cálido y sorprendentemente suave... Buscó el cristal que lo protegía, pero no lo encontró. ¿Cómo era eso posible? ¿Dónde había caído? Comenzaba a desesperarse, dando tumbos por la sala en busca de algo que le parecía imposible desapareciese. Pero al fin y al cabo, al caer la mesita no había escuchado ruidos de cristales rotos.

Tras buscar unos segundos más, supo que estaba perdida. El señor jamás perdonaría aquello, y la relegaría a tareas más pesadas como el arado de los campos, o incluso la minería. No quería ir a las minas, odiaba estar encerrada, y entre unas paredes tan estrechas hasta se desmayaría, no podía permitir aquello...
Pero todo tornó de gris oscuro a negro azabache, al ver Ahynara algo que no había visto hasta ahora. Una grieta en el huevo.
Corrió hacia éste para tocarlo y verificar lo que creía haber visto, y no hubo duda alguna, el huevo se había roto. Se llevó las manos a la cabeza y cayó de rodillas sobre el frío suelo de mármol. Estaba perdida, destrozada, ésto no la llevaría a trabajos forzados sino a un castigo mayor, mucho mayor, tal vez incluso a la horca, o quizá algo peor. Una lágrima silenciosa de pavor e impotencia cayó por su rostro, cuando unos pasos comenzaron a resonar por el pasillo principal en dirección a la sala del trono, y no fue ella la que actuó, sino sus instintos sin considerar las consecuencias. Cogió el huevo, lo metió bajo la tela vieja que usaba para limpiar con cuidado de no tocar el lado rajado, y corrió por las escaleras laterales de la sala hasta llegar de nuevo a las cocinas. Cada paso se le hacía eterno, cada respiración dolorosa, y su carrera fue tan rápida que sus músculos ardían desesperados sin que ella les hiciese el más mínimo caso. Corrió y corrió directa a su casa, el único lugar donde, a pesar de todo, podía sentirse segura.

Una vez dentro, cerró la puerta fuertemente con su cuerpo.

  • ¿Tan pronto has terminado hija? - recitó la abuela tranquila, sabiendo que nadie entraba en su casa a no ser su nieta. No porque no quisiesen, sino porque no podían.- Creí que al ser víspera de la fiesta mayor tendrías algo más de trabajo.
  • Abuela...– Ahynara, caminó hacia ella con los ojos anegados en lágrimas y la respiración completamente agitada.
  • Niña ¿Qué tienes? ¿Qué ha ocurrido? - preguntó asustada, sujetando las mejillas de su nieta.
  • He hecho algo... Algo horrible...
  • Cuéntame Ahy, qué ocurre. - Abrazó a la joven intentando calmarla, sosegando su voz.

La muchacha le contó lo ocurrido, entre llantos y temblores, mientras en la calle comenzaban a alzarse voces que ambas desconocían pero sentían como peligrosas. El gentío se revolvía, y ahora la abuela podía saber el por qué.
Con sus ojos pudo ver al fin el huevo, su belleza infinita, y su fisura perfecta, que ahora Ahynara juraría había crecido aun más de tamaño.
Ante toda la historia, su abuela no pudo más que mirarla, acariciarle de nuevo las mejillas, para luego ponerse seria repentinamente y comenzar a moverse rápido por la casa.

  • No puedes quedarte aquí – Sentenció mientras recogía una sábana a modo de hatillo y comenzaba a llenarla de mudas limpias y comida, aun si poca, suficiente para llevar poco peso.- Te matarán en cuanto sepan que fuiste tu la que robaste el huevo.
  • Lo siento, no sabía qué hacer, no...
  • Tranquila cariño – le cortó la anciana mientras le ponía uno de los abrigos que usaban para el invierno sobre los hombros – No tenías elección.

Una vez estuvo todo listo, esperaron hasta el anochecer, sin hacer apenas ruido. Aby, la abuela, se limitó a abrazar a su nieta mientras ésta permanecía en un estado de Shock constante en el que no podía soltar al huevo destrozado que había entre sus manos.
Al caer el sol al otro lado de los muros Aby se puso una capa negra sobre los hombros y se tapó el rostro con ella, para salir por la puerta de la casa tirando de la muñeca de su nieta, que iba ataviada del mismo modo pero más cargada. El huevo aún permanecía bajo la vieja tela arrugada, protegido entre sus brazos.

Ahynara simplemente se dejó llevar como si se encontrase dentro de un sueño, mientras a su alrededor los ciudadanos se arremolinaban pegando gritos y sosteniendo antorchas, buscando algo que parecían tener todos muchas ganas de encontrar. ¿Habrían ofrecido algo por ella? ¿Tesoros, tal vez...?
Sin darse apenas cuenta, habían llegado a las inmediaciones de la mina más apartada de los muros, abandonada hacía ya muchos años por la escasez de minerales que allí se encontraban y el peligro de derrumbamiento al haber encontrado un manantial subterráneo.

  • Espérame aquí – susurró Aby mientras se alejaba de la muchacha y se aproximaba a una casa cercana, tocando la puerta de ésta.

Alguien salió del edificio, un joven de oscuros cabellos que Ahynara conocía bien, pues era el padre de Mina, una niña pequeña con la que solía jugar cuando no tenía trabajo en los alrededores de palacio. Su gesto delató el terror momentáneo que pareció sentir, justo antes de desaparecer dentro de su casa para de nuevo retornar con un abrigo de tela gruesa y una antorcha sin encender.
Ambos entonces se encaminaron de nuevo a la muchacha, que de lejos, les había estado observando.
  • Pequeña, Marcos te llevará a la salida – susurró Aby mientras ajustaba la capucha de la muchacha. - Hazle caso en todo momento, sin rechistar.
  • Pero abuela... - Intentó replicar la muchacha, pero su abuela la acalló con un fuerte abrazo.
  • Estaré bien siempre que tu lo estés. - musitó con pesar en sus palabras y la voz temblorosa.
  • Hay que marcharse, la guardia ya ha salido. - El joven castaño encendió la antorcha conforme ellas se despedían oteando entre los edificios y dijo para sí mismo- Gharold ya debe haber vuelto.

Marcos señaló hacia las minas con un brazo y se apartó un lado para dejar paso a Ahynara, mientras, mientras con el otro sostenía la antorcha en alto.
Aby empujó a su nieta dentro de la montaña, y no permitió que ésta se demorase ni un segundo más, apremiándola con la mirada.
  • Corre – dijo únicamente, mientras caminaba de espaldas hacia la ciudadela.

Ahynara no tuvo palabras más allá de las lágrimas que de nuevo se agolpaban en su garganta, y solo pudo reaccionar finalmente cuando Marcos la empujó con algo de fuerza para que avanzase por el estrecho pasillo oscuro y húmedo, mientras miraba atrás una y otra vez, preocupado.

  • ¡Vamos! - Apremió a la muchacha, firme.

Aquel sería el último día que Ahynara pudiese pasar en la compañía de los amigos y vecinos dela ciudadela. El último momento en que podría poner sus pies sobre algo a lo que pudiese llamar “Hogar”.
Ese sería el momento en el que, quisiese o no, su vida pasaría a ser regida por un destino que se había labrado ella misma, pero que jamás había querido.
Y fue justo antes de conseguir ver la luz de la luna imperecedera al otro lado del muro, cuando se dio cuenta, de que hasta entonces nunca había comenzado a vivir realmente su vida.

jueves, 10 de mayo de 2012

Los re-vengadores


CAPÍTULO UNO: EL JUICIO DE LOKI.


El mal había cesado, hace tiempo.

Las cosas, iban bien. Tan bien que volvieron a su rutina común. Loki había cesado de sus maldades, los Vengadores habían cumplido con su cometido y la Tierra volvió a su normalidad. A pesar de tener que gastarse millones de dólares en reparaciones que sus mismos salvadores habían causado, claro, y de gracias a ello crear una crisis mundial, pero todo iba bien.

En Asgard, las cosas sin embargo, parecen removerse con inseguridad.

Loki, el oscuro, sufre un juicio por crear el caos en el universo, en el que se decidirá su destino, como Dios, como hombre, y como participante en un Casting para fijadores de pelo.

Preside la sala, su señoría el gran Thor, Dios del trueno.
- Paso, paso... paso, señoritas, dejen paso. Sí, se que es digno de admirar, y lo mantengo con esfuerzo día a día, pero tengo que presidir un juicio, mi cabello requiere sacrificios, paso.

Con gran pesar, Thor subido a su trono mira con dolor a su hermano frente a él.

- Realmente, no se qué hacer contigo, hermano.
- Puedo darte ideas si quieres – comentó, sagaz, Loki – Puedes dejarme el trono a mi, nombrarme ganador del premio Panten y geles fijadores Yioryi, y después dejarme libre. ¿Qué te parece?
- Silencia, pícara serpiente - elevó su brazo don desdén - No caeré fácilmente en tus sucias y complicadísimas tretas. No otra vez. El premio me pertenece.

Thor se tapó los oídos con rapidez, sabiendo que su hermano tenía un gran poder de incitación y una maldad intrínsecas capaces de engañar al mismísimo Odín. Pronto, toda la sala pudo escuchar los pequeños ruidos de “la la la” que Thor hacía. Tiempo después, en una rueda de prensa, admitiría que aquello lo hizo porque “Es un antiguo rito sagrado que los humanos no podríais comprender”. Nunca sabremos bien lo que pretendería hacer, con certeza.
- Padre dice que debo encerrarte para que no vuelvas a hacer lo mismo otra vez, pero yo creo que tengo un castigo mejor para ti.
Cómo no, desobedeciendo órdenes de Padre.
¿Cómo has dicho?
- Que desobedec...
- La-la-la-la... no te oigo Loki – de nuevo se tapa los oídos con desdén.
- Niñato...
- ¡COMO DECÍA! – Sin apartar las manos de sus oídos, prosiguió, pero a un volumen exacerbado debido a su sordera momentánea – TENGO UN CASTIGO MUCHO MEJOR, QUE TE SONARÁ DE ALGO.
- Sorpréndeme, lumbreras.
- ¡Silencia! - Se apartó las manos para apuntarle con el dedo - Bien... Serás desterrado al reino de la Tierra, donde vivirás entre los humanos como si fueses uno más de ellos. Sin poderes, sin comida y sin agua, te dejaremos en una isla desierta donde semanalmente tendrás que acudir a una cabaña para contar cómo es tu experiencia y también para votar a qué compañero tuyo expulsar de la isla.
¿De qué narices estás hablando?
- ¡Silencia he dicho! A la isla no irás solo. Te acompañará el grupo de Vengadores, unido a un par de extras más, como pago por la destrucción causada al planeta. Stark se negó a pagar los daños, aun teniendo su increíble fortuna, y como tal debemos devolverla de la forma que se nos exige, con un... un... programa de visión.
- ¿Un programa de televisión?
- ¡Silen-! Si, puede que sea eso.
- ¿Me destierras para hacer un programa de televisión?
- Si, me parece un castigo correcto, y no tienes derecho a quejarte.
- No, si no me voy a quej...
- ¡Sil- ! Vale, me parece bien. Partiremos mañana, al alba.

Y así, el juicio dio a su fin.


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Comentarios de autor:

Ésta es una nueva historia que he decidido llevar a cabo. La idea inicial, era hacerle un regalo a mi querido novio por su 22 cumpleaños, pero puestos a ello, os dejo la historia por aquí, que espero guste. ¡Que lo disfrutéis, los que lo aguantéis!

viernes, 16 de marzo de 2012

“Buenos días, señor Xylt” (III)

Mirror of Soul by ~rypser17


Buenos días, señor Xylt”

-
¡Buenos días! - contestó Xylt, animado.


Aquella voz amiga, aquella compañera, ya se había convertido en parte de él mismo, y como tal debía corresponderla.

En sólo dos días, había aprendido tanto pero comprendido tan poco, que la emoción contenida de saber más podía con él.

“Póngase en pie, y pulse el botón naranja que encontrará a su izquierda. Si ha olvidado como pulsar, recuerde: Extienda su dedo índice, y con él, toque el botón.”

El señor Xylt se incorporó con eficacia, pues ya había aprendido a controlar los movimientos de sus piernas con mediana fluidez, y giró sus ojos hasta el supuesto botón. Y allí estaba, brillante, notorio y... ¿Naranja? ¿Así había dicho que se llamaba? ¿Pero a qué se refería con “Naranja?”

Con detenimiento, levantó la mano derecha, y extendió el dedo índice apuntando hacia el botón. Tuvo cuidado, mucho cuidado, y al fin... Lo pulsó.

Al pulsar el botón, la pared se movió. Asustado, Xylt saltó hacia atrás y se tapó el rostro con las manos, mientras el botón hacía su trabajo.

La pared giraba, o eso parecía, y al poco tiempo dejó de hacerlo.

Xylt se apartó las manos de la cara cuando, pasados unos minutos, sintió que nada le dolía.


“No tema nada, señor Xylt, está usted a salvo. Mire al frente.”

Y miró al frente.

Sin saber qué era, se enfrentó a su propio reflejo en un espejo luminoso, que le miraba con fijeza.

- Oh, tú debes ser Naranja. Encantado de conocerte, amigo.

Con educación sonrió, y comprobó que el señor Naranja hacía lo mismo que él. ¡Qué amable era! ¿Sería su nuevo compañero? Fuera como fuese, le parecía alguien agradable.

Permaneció en el lugar, esperando que Naranja entablase conversación con él, pero no lo hacía. Alzó una ceja, extrañado, y comprobó con sorpresa como él también lo hacía. ¿Acaso pensaban lo mismo? Tal vez no pudiese escucharle, quizá... Tal vez...

Decidió probar algo. Pensó rápidamente en un número. El tres.

Alzó su mano lentamente en forma de puño, y, de golpe, alzó tres dedos.

El señor Xylt, asombrado pudo ver como el señor Naranja alzaba tres dedos exactos a los suyos, y al mismo tiempo.

Se asombró, se asombró tanto que abrió la boca, y pudo ver como Naranja también lo hacía. Movió una pierna, mientras él le imitaba. Giró rápido su cuello, y él también lo hizo.

El señor Xylt, se asustó, y por tanto comenzó a caminar hacia atrás, apartándose del peligro. El señor Naranja, también lo hizo. Y se asustó aún más.

“No se preocupe, señor Xylt, está usted a salvo. Relájese.”


Un pinchazo notó el señor Xylt en su cuello, y se retorció veloz del dolor.

Miró al señor Naranja una vez más, que ante él, caía al suelo lentamente entre las sombras... Tal y como él lo hacía.

martes, 13 de marzo de 2012

Porque lo mereces.

Y la magia, un día acabó.

El cielo se tornó gris, cuando mediante palabras quedamos separados. Tan juntos, el uno parte del otro, las manos unidas... Y de repente tan lejos, solo por tres palabras intercambiadas.
En menos de cinco segundos, éramos un par de desconocidos que se encontraban incómodos al lado del otro.
En menos de diez segundos, nuestras manos se separaron, y sentí como si el hielo me quemase, y mi alma pidiese a gritos que aferrase sus dedos de nuevo entre los míos.
En menos de veinte segundos, mi corazón se estaba partiendo con tanta fuerza que me inclinaba sobre mí misma, buscando un punto de apoyo que no existía. ¿Por qué nunca había sentido tener algo ahí, tan dentro?
En menos de treinta segundos, ya de puro silencio, descubrí que el increíble dolor que me acordonaba el estómago se convertía en lágrimas que caían por mis mejillas, silenciosas. Y esa fue mi forma de decirlo todo antes de verle por última vez, como lo que un día fue.

Los días pasaron, y pasaron... Y pasaron. El dormir cada noche se hacía prácticamente imposible, pero al conseguirlo la paz te abrazaba durante un par de segundos, para luego amenazarte con una nueva pesadilla, privándote de la nueva escasa felicidad que tenías.
El despertar cada mañana era un infierno, pues lo primero que tu cuerpo reclamaba era girarse hacia un lado, el de siempre, y abrazarle por la cintura. Qué triste el abrazar a la nada, una vez más.
Y el caminar de cada momento, arrastrando los pies, sin rumbo fijo.
Servirse la leche del desayuno era algo mecánico y horrible, que hacía sin ningún objetivo, para después dejar el vaso sobre la mesa, entero, y marcharme a la ducha, donde las horas pasaban mucho más lentas.

El único descanso que encontraba estaba allí dentro, entre los ríos de agua que escondían mis lágrimas, donde podía casi gritar a pulmón vivo sin que nadie me dijese nada. Mis rodillas tocaban el frío y húmedo suelo mientras dejaba que cuerpo entero se empapase, daba igual si el agua estaba fría o caliente, pero siempre tenía que estar o muy fría, o muy caliente. Que doliese.

Al salir, deseaba ser otra persona. Deseaba transformarme, ser una piedra, una montaña, no sentir nada.

Los recuerdos cada vez que parecían marcharse, volvían con mucha más fuerza que antes. Cuando al fin creía que todo había pasado, llegaba uno de esos días en los que todo parece renacer, y duele como nunca. Perdí la cuenta de los días que me quedaba en la cama agazapada, ignorando toda realidad, en el gris de mi vida.

Y a pesar de todo, no me arrepentía como debería haberlo hecho, pues sabía que era lo correcto.

Poco a poco mi alma parecía haberlo entendido, y decidió despertar, rehacerse de nuevo.

Despacio, sin prisa, encontré que en mi corazón quedaban algo más que escombros escondidos, y decidí indagar en él.

Una luz pareció asomar en mi interior cuando asomaron los rostros de aquellos que no habían desaparecido de mi lado. Aquellos a quienes, durante unos meses, mi mente había olvidado... Y sus risas me hicieron despertar. Sus risas me hicieron revivir, lentamente. Mi propia risa.

Puede que mi corazón estuviese quebrado, y que a día de hoy aún llore de vez en cuando, pero es en esos momentos, que cuando al fin desahogo mi alma, puedo sonreír por lo que tengo... Y por lo que tuve.

Al fin y al cabo, el pasado es lo que me conforma, y aunque la tristeza se haga conmigo, puede más la felicidad de recordar los buenos momentos e intentar borrar para siempre los malos. Ahora, puedo mirar su cara y sonreír. Ahora, puedo echarle de menos, no por lo que fue... sino por lo que fui yo a su lado. Por cómo me sentía en mí misma, que es lo único que no volverá.

Ahora, me recuerdo a mí misma:

De lo único que huyes, es de ti mismo. Abrázate, y descansa de una vez... porque lo mereces.

Para la Vic que un día fue, y que espero pueda regresar, aún sabiendo que ya no la espero.