viernes, 7 de octubre de 2011

Lo último que se pierde.


Mientras los sonidos huecos y el retumbar de las paredes a mi alrededor hacían que todo mi ser se estremeciese, el suelo vibraba como si un terremoto inmenso estuviese teniendo lugar.
Los pedacitos de cristales de las ventanas que habían estallado caían a una velocidad tan rápida que los reflejos de la luz sobre ellos me cegaban.
Y taparme los oídos no parecía servir de nada.

Ocurrió entonces, aquel retumbar mucho más fuerte que los anteriores... Y dejé de oír.
Al volver el sonido, un pitido extremadamente agudo y molesto inundó mi mente, y cerrando los ojos instantáneamente grité con tanta potencia como mis pulmones me lo permitían, hasta quedarme sin aire. El agotamiento pudo conmigo, y me dejé caer al suelo con las rodillas dobladas ante mi pecho, en un estúpido intento por protegerme a mí mismo de lo que se me venía encima.
Si hubiese tenido la mente un poco más clara, me habría dado cuenta de que algo raro sucedía a mi alrededor, que no era nada normal.

¿Qué estaba ocurriendo? No era capaz de comprenderlo. Lo único seguro, era que nos estaban bombardeando. Pero... ¿Por qué? ¿Desde cuándo estábamos en guerra?

Abrí los ojos lentamente y pude ver una luz roja entrar por mi ventana. Como en un sueño, me puse en pié para poder ver qué es lo que sucedía, y me aterroricé al comprobar que una nube de fuego se extendía a lo largo y ancho de la ciudad, rápida pero a la vez lentamente, como visto en una película de acción.
Me sujeté al marco de la ventana, atónito, justo a tiempo de sentir como la onda expansiva ejercía su fuerza contra mi, lanzándome contra la pared trasera de la habitación, y arrebatándome dos lágrimas de los ojos que se evaporaron por el fuego en un breve instante.

Y entonces, desperté.

Bañado en sudor abrí los ojos encontrándome con el azul cielo, sintiendo el entumecimiento de mi cuerpo entero, y sonreí al sentirme aliviado de no estar en aquel sueño frustrado. Las cosquillas en mi rostro por el despertar hacían parte del trabajo en mi momentánea felicidad, y el corazón se calmaba cada vez más, y más, y más...
Se estaba deteniendo.
Asustado, giré la cabeza hacia uno de mis lados, y comprobé que las cosquillas eran de las lágrimas previas que al parecer sí había derramado. ¿El sueño era real? No...
A mi alrededor, parecía haber veintenas de casquillos de bala amontonados, y yo, sorprendido, intenté mover los brazos sobre mi costado para poder palparme el corazón sediento de vida, cuando un viscoso líquido detuvo mis manos en mitad del camino. Bajé la mirada, y descubrí sangre. Al menos dos agujeros yacían en mi pecho, dejando clara seña de ello en mi camisa marrón arrugada y vieja, y seguramente algunos más allá donde no llegaba mi vista.
¿Qué estaba... pasando?

Algo me tapó la luz. Giré la cabeza.

“¿Quién eres...?” Pregunté a la sombra que me acosaba, que parecía lo más oscuro que mis ojos habían visto jamás.

Sigue corriendo...” Susurró claramente con voz calmada, alzó las manos en mi dirección... Y me disparó entre los ojos.

Y, de nuevo, desperté.

¿Qué narices estaba pasando? Mi corazón palpitaba desesperado, pero parecía normal. Rápidamente abrí los ojos y comprobé que el techo de mi cuarto me amparaba. Bajé los brazos hasta mi pecho, y lo encontré todo el orden. Me incorporé y miré a mi alrededor... estaba igual a como lo recordaba.

Suspirando, me levanté de la cama y me dirigí hacia la puerta para ir hasta el baño y lavarme con agua fría. No llegaría a ver siquiera el pasillo, pues al otro lado del marco, solo había penumbras.

Se extendía ante mi una sala que parecía infinita, oscuramente gris y en la lejanía negra, con un puente en su centro que nacía en mi puerta hasta el frente de color púrpura oscuro, que me traía a la mente sensaciones completamente desagradables.

“Sigue corriendo...” Escuché entonces a mi espalda.

De un salto, eché a correr por el pasillo hacia el frente tan rápido como mis piernas lo permitían, sin llegar a poder atisbar el final. ¡¿Qué narices ocurría?!

Ni el tiempo mismo podría decirme cuánto estuve corriendo, pero no detuve mis pasos aun sintiendo que mi cuerpo ardía y gritaba de dolor. El sudor bañaba mi cuerpo entero, mientras los ojos de aquella sombra se clavaban en mi nuca, lista para atacar, esperando... siempre esperando.

Y mirando al infinito del gris abismo, lo entendí. Y me rendí.

Detuve mis pasos en seco, y giré sobre mí mismo para poder mirar a los ojos de la sombra, decidido.

Porque por mucho que hubiese seguido corriendo, nunca habría podido escapar.

No se puede huir de la Muerte.

Alzando los brazos lentamente, vi como la sombra dejó de correr. Con una sonrisa extendiéndose por mi rostro vi como ella me imitaba, cual espejo, y levantaba los suyos con presteza y cariño. Despacio, caminé hacia el frente, y cerrando los ojos... La abracé. Y a pesar de mi aceptación, de mi rendición y mi paz, mis últimos pensamientos crearon juntos una misma oración:

¿Despertaré... de nuevo?”

La Esperanza.
Gracias a Felipe por desatascarme en el momento justo. 

Y, sobretodo, gracias a Eric por sacarme de mis auto-bombardeos. Gracias por ser mi esperanza.  

1 comentario:

  1. Genial, as always. Disculpa que me haya demorado en leerlo.

    Que sepas que esta esperanza no desaparecerá.

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