viernes, 29 de abril de 2011

El juicio de un Reo.


Mantengo mi cordura sana... aun si no lo parezca.

Paso las noches en vela desde el día fatídico en que llegase aquí, y a pesar de ello, no he caído en los brazos de la locura.
Hará ya un mes desde aquel oscuro atardecer que supuso el corte de mis alas, sin rumbo por el mundo, para encarcelarme entre cuatro paredes que bien podrían ser de latón encauchado. Y no llevo la cuenta de cuánto tiempo ha pasado desde que estoy aquí.
Los gritos se suceden día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, y no soy capaz de ignorarlos. Simplemente, me llaman.
Siento ansias de devolverles el bramido, simular que estoy muriendo para en un instante de despiste huir cuan lejos sea capaz de correr y llevarme a cuantos pueda por delante, sabiendo que es mejor estar muerto, que en un lugar como éste.

Comentan los lectores de aquellos libros que en su día tuve lo que ahora cuenta como un honor leer, que la soledad es fría, y oscura. Carente de lucidez. Pero yo niego esa idea.
Mi soledad es fría, sí, pero blanca. Brilla tanto que me ciega, y me obliga a cerrar los ojos cada mañana al entreabrirlos por culpa de la luz que entra por la única ventana de apenas diez centímetros de tamaño situada sobre mi duro camastro, con barrotes incluidos.
Los rayos parecen quemar las paredes, blancas... Como la nieve. Aun si yo sintiese que son ellas, y solo ellas, las que intentan quemarme a mi.

Y a pesar de todo el dolor, la soledad, y la injusticia... Mantengo mi cordura sana. Aun si no lo parezca.

Vivo cada día como una tortura, rezando a los cielos en los que nunca deposité confianza alguna por un “Algo” que acuda en mi auxilio. Pero sé que no lo merezco ¡Oh no! ¡Por supuesto que no! Pues a pesar de todo, admito mi culpa, y el tribunal no gritó sentencia sin justificarse... A ojos de los demás.
Acusado he sido de un Asesinato, nada menos. La única culpa que yo soy capaz de admitir, es la de haber dejado a mi pobre madre sola, ahora que mi padre no está con ella. Nunca supo cuidarse por sí misma... Y no sé qué será de su existencia, justo cuando la muerte de su marido está tan reciente.
Nunca me cayó bien aquel hombre, pero ella parecía necesitarle más que el aire para respirar. Qué estúpida ha sido siempre en ese aspecto, yo sé que él nunca le hizo bien alguno...

Escribo sin sentido, sin motivo y sin esperar un futuro para ésto, pero sí con razón. Tengo vigente que ésta carta no llegará más allá de las manos del celador que acecha sobre mi hombro a cada segundo, pero aun así, sé que debo escribirla... Lo necesito.

Si has conseguido encontrar ésto, y no eres uno de los hijos de puta que custodian éste lugar, deberás perdonarme primero por mis soeces vocablos, y segundo por pedirte un favor, aunque no nos conozcamos. A pesar de todo, fui criado como un caballero, y en los tiempos que corren a mi parecer es un valor más caro que el petróleo bajo la tierra.
Sálvame. Encuéntrame y sálvame, pues carezco de ayuda alguna posible en éste hediondo lugar y no espero recibirla, pero de acercarte a mi y extender tu mano, te estaré eternamente agradecido... Por mi pobre madre, que ahora está sola.

Tengo esperanzas de salir de entre éstas paredes... Esperanza... Quizá por eso mantengo mi cordura sana. Aunque no lo parezca.

Ajusticiado por unos cuervos sin alas que me miraban desde lo alto de sus atriles como si fuese un perro apestado, pero con mucho menos honor que el que un cánido ser podría tener... Así me trataron.
“Asesinato en Primer Grado” Dijeron ellos. Mi abogado, otro cabrón, intercedió por mi. “Enajenación Mental” Concluyeron finalmente.
Me impuse, por supuesto, pero la idea no cuajó. Nadie escucha a un “Demente” una vez ha sido tildado de tal por mucho que intente gritarle al mismísimo juez... Y yo lo hice demasiado. Quizá ese fue mi error, el no mantener la compostura. Es por eso, que en éste lugar intento redimir mi error, aquí y ahora. Pero no pretendo dar marcha atrás ¡Oh no! Eso ahora de nada serviría... Únicamente pretendo aceptarme a mí mismo, mirarme en el reflejo del frío suelo de baldosas del lavabo y atreverme a decir “Estás haciendo lo correcto”.

Me llenan el gaznate de pastillas una y otra vez sin dejarme apenas respirar, y cual borrego me las trago sin rechistar siquiera, con buenos modales, como siempre. O eso, es lo que ellos se creen.
Aprovecho que las cápsulas son plásticas y recubiertas, y me las ingenio para abrirlas en mi boca y tragarme el envoltorio de éstas, puro placebo, para dejar el verdadero contenido entre mis dientes y así mostrarles que he sido “Un buen chico” mostrando la evidencia cual mono amaestrado. En cuanto abandonan la celda, escupo sin miramientos sobre mis propias sábanas, sabiendo que es el único milímetro del lugar que cambiarán y limpiarán a conciencia. Nunca soporté la suciedad, y mi celda está impoluta... Todo lo que podría estarlo, osea, exacta a como cuando llegué. Ésto es una pocilga.

No dejo de pensar en mi pobre y santa madre, sentada en su mecedora a la puerta de la casa, esperando a que mi padre llegue de sus “Salidas Nocturnas” con sus compañeros de trabajo, apestando a alcohol y gritando por un poco de atención absurda y un par de vasos de Whiski extras. ¿Es que nunca tuvo decencia? No soy capaz de comprender cómo conseguía permitir todos los golpes que él le asestó, física y psicológicamente. Los llantos que cada noche acosaban mi cuarto provenientes del suyo, gritando al Dios en el que ella sí creía por un poco de comprensión, ayuda, y potestad para librarse de aquella situación, no podían pasarme por alto. Y sin embargo... Ha llorado al verle muerto.
Su cadáver putrefacto fue encontrado en el río, flotando entre las aguas con lo que dijeron habían sido treinta puñaladas entre el pecho, el cuello, la entrepierna y la espalda, y al tener que acudir a reconocerlo se desmayó inmediatamente del disgusto, mientras yo miraba atento cada detalle de aquel laborioso trabajo. “Al parecer, se ensañaron con sus testículos” dijo el forense. Y cuánta razón tenía, pues al ver el secreto que aquella sábana ocultaba elevada por aquellas manos extrañas tuve que contener un arcada que habría hecho liberar los desayunos de casi un mes de mi estómago, de no existir la bendita digestión.

Apenas una semana después de aquello, fui acusado del Asesinato de mi mismo padre. ¿Cómo era eso posible? ¿Acusarme a mi, su propio hijo? Pero no eran simple palabras, por supuesto... Eran hechos lo que ellos mostraban. Pruebas ¡Las pruebas! Simples huellas de suelas de zapato que cualquiera podría haber comprado en la misma tienda que yo y un cuchillo que se marcaba a la perfección con el que hacía un mes había comprado alguien bajo mi seudónimo en una tienda de caza cercana. ¡Cualquiera podría haber hecho esto! ¡Cualquiera!
Tiempo llevo pensando ya en las personas que podrían haberme hecho ésto, y sin duda, cuando consiga librarme de éste lugar, les haré una visita que no creo olviden en muchísimo tiempo. Pero ante todo, educación. Como siempre fui enseñado, por mi santa madre, que ahora está sola en casa. Justo como siempre debió ser, en su propio favor.

Compañero, amigo, y lector si ésto se puede considerar algún tipo de relato de ¿Ficción cruda, sería? Si estás leyendo ésto debes saber que el favor que antes te pedí, necesito que sea realizado con la máxima prioridad.
No tengo idea de qué se pueden traer éstos malnacidos entre manos, pero lo que sí sé es que en menos de dos semanas, el día quince para ser más exactos, seré trasladado a un Pabellón diferente del que me hallo. Y no soy estúpido, a mis oídos llega de todo aunque sean meras locuras convertidas en ecos que provienen del fondo de un cristal... Sé que ese lugar no es normal. Sé que allí las personas entran, pasan unos días, y salen como si no hubiese hoy, mañana, ni pasado.

Realmente, tengo miedo. Y todos ladean el rostro al verme pasar, como si les diese verdadera lástima. ¿Será mi imaginación? ¿O realmente es su modo de verme? Como un ser patético que ha perdido toda oportunidad de vivir libre...
Les odio a todos. Con mi alma, si es que aun la poseo.
No soporto su lástima, pena, compasión o lo que quiera que sientan por mi, pero aun soporto menos la sonrisa que a esos pirados que comparten Condena conmigo les surca el rostro. Siento deseos de borrársela de modos nada agradables para un ser humano, pero ante todo, la educación. Les devuelvo la sonrisa y continúo mi camino, ajeno a todo lo demás.

Y a pesar de todo mantengo mi cordura sana. Aunque, de verdad, no lo parezca.

Cada día que pasa, el techo cae más y más sobre mí, y las miradas me encierran en sombríos susurros que no me dejan siquiera pararme a pensar con claridad. La culpa me acosa en los rincones gritándome el mal que he causado, y no comprendo por qué lo hace cuando soy completamente inocente de todo pecado que no sea el de dejar a mi pobre madre sola, ahora que mi padre ha sido asesinado.
Siento como una sombra se echa sobre mi cada vez que no giro a mirarla a mis costados, y me destruye la idea de que llegue el momento en que no fije en ella mis ojos, y me aseste un golpe mortal que no pueda prever siquiera.

Aun así, mantengo mi cordura sana, sea como sea. Aunque no lo parezca.

Otro lector, que tan lejano ahora me parece, citó una vez:

“Los locos no saben, ni aceptan, que están realmente locos.”

… No sé qué pensar al respecto. Pero solo surca mi mente la idea de haber dejado a mi pobre madre sola, ahora que mi padre no está para martirizarla noche tras noche, y destruirle la vida que ahora tiene la oportunidad, al fin, de retomar. Quisiera extender la mano al Asesino que asestó los treinta golpes, y estrechársela en un frío pero cálido apretón, agradeciéndole en verdad lo que ha hecho. Aun si todos los demás, digan que debería estrecharme la mano a mi mismo.

Irónico, el querer darse las gracias a uno mismo por algo que no ha hecho...

Aunque no lo parezca, mantengo mi cordura sana.

Aun si no lo parezca...

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